Martín esta semana ha querido reflejar el gran dinamismo de las ferias de cambio castellanas que, pese a su gran actividad e importancia (especialmente a lo largo de gran parte todo el siglo XVI), no estuvieron exentas de dificultades, en parte por la propia coyuntura económica implícita de este periodo y que reflejaremos más profundamente en el trabajo:
En las ferias se comerciaba con todo: armamento, herramientas… y todo ello haría fluyese en Europa el dinero y las letras de cambio. Moviéndose entre feria y feria las letras de cambio, préstamos y créditos. A medida que se producen retrasos en los pagos, las ferias irán decayendo. Hasta los años 1560 todas las ferias funcionaron con cierta regularidad, sólo las de mayo de Medina del Campo sufrieron retrasos en 1543 y 1544, sin embargo, los aplazamientos se repitieron en 1562, 1563 y 1567, los pagos de Villalón y Rioseco dejaron de celebrase, y las de Medina del Campo irán decayendo también, conforme los genoveses vayan a tratar sus diversos asuntos a Madrid.
En el sector del comercio mayorista era normal la compra de artículos que no se encontraban allí, por cuestiones como no haber recogido la cosecha, artículos cuya elaboración era posterior, etc.
Para todo ello se concertaba allí los servicios que habían de prestarse a término, o pago, al contado o a plazos…
Sin embargo, la conexión de dependencia entre las ferias y el mercado de ultramar, pues en ausencia de las remesas de oro y plata, los pagos eran retrasados. Otro problema eran las reales pragmáticas de las cortes de 1548, pretendiendo acabar con los giros de letras sobre ferias.
Hasta 1594 las ferias de Medina del Campo funcionaron bastante bien, aunque se dice que desde 1575 habrían perdido importancia, no obstante las reformas de 1578 y 1583 habrían conseguido restablecer su importancia. No obstante, los retrasos producidos en la última década del siglo, el traslado de la corte a Valladolid en 1600, y por último, el definitivo establecimiento de la capital política en Madrid en 1606, terminó con ellas.
Luca ha seguido leyendo el texto "La Genova di andre doria" de Arturo Pacini, donde encontramos, además de la historia familiar y económica de Andrea Doria y de sus relaciones con Carlos V, el “iter” económico y financiero de otras familias, como los Grimaldi, cuyo personaje más importante fue Ansaldo.
Ansaldo mantuvo buenas relaciones económicas con España actuando como asentista, financiero y mercader antes de la época de Andrea. Sus relaciones económicas se desarrollaron gracias a sus redes de amistad y a sus amplias posibilidades: por ejemplo, en caso de que la corona no pudiese devolver el dinero a los numerosos prestamistas genoveses, Grimaldi era siempre el primero en recibir lo que era suyo (no sólo el dinero, sino también los intereses acordados con la Cortes hispánica), lo que muestra la familiaridad que Ansaldo mantenía con la Corte española, dándole la posibilidad de pasar a ser el mayor prestamista y mercader genovés de su época.
En esta obra, Luca ha distinguido varias razones que obligaron a la corona española a pedir préstamos a la república ligur, como por ejemplo la necesidad de la defensa de Milán o la guerra contra los protestantes alemanes.
Pacini, en su obra, refleja que una de las maneras de pago de este interés a Génova, fue el uso del trigo, es decir: los españoles transportaban trigo siciliano, más barato, hacia Liguria, para allí venderlo a los genoveses a un precio más asequible. Por su parte, los genoveses reducían o, en algunos casos, cancelaban la deuda con la Corona.
Además de la importancia fiscal y económica, Génova también tuvo cierta importancia desde el punto de vista de las comunicaciones pues era el centro de la red postal y de las comunicaciones entre España, los dominios mediterráneos y el resto de ciudades italianas.
De esta forma, se explica la notable importancia genovesa para la corte española, no solo desde un punto económico, fiscal y de mercado, sino también por su importancia geoestratégica.
Por su parte, Sandra ha consultado dos obras que desarrollan los dos reinados del XVI con el fin de completar la información que llevaba recogida con respecto a los banqueros alemanes. Las obras son “La monarquía de Felipe II” coordinada por Felipe Ruiz Martín, y que incluye un capítulo dedicado a la hacienda del monarca (por Miguel Ángel Ladero Quesada) y la obra de John Lynch publicada por el País: “Monarquía e Imperio: el reinado de Carlos V”.
El objetivo era encontrar información suplementaria, sobre todo con respecto al reinado de Felipe II, pues la temática de los banqueros alemanes está fuertemente desarrollada en el reinado de Carlos V, pero no de igual manera en el de su sucesor. El capítulo de Ladero Quesada no aportó a Sandra información demasiado útil pues, no hay que olvidar que esta obra está centrada esencialmente en temas hacendísticos y no financieros o crediticos. Sin embargo, el libro de Lynch, ha aportado a Sandra interesantes datos acerca de los préstamos bancarios y la deuda en el reinado de Carlos y su hijo. Aquí las exponemos:
La obra de Lynch me ha aportado, sin embargo, información interesante de los préstamos bancarios y la deuda en el reinado de Carlos y en el de Felipe. Resumen de las ideas principales:
Todo el esfuerzo tributario apenas podía saldar la deuda del emperador con los banqueros extranjeros. Esta deuda fue aumentando casi exponencialmente a lo largo de todo el reinado, de modo que en el primer decenio los asientos firmados por los banqueros suponían una media anual de 413.773 ducados (y casi un 19% de los créditos de todo el reinado) y a finales de 1540 estos ya suponían 933.068 ducados (un 28,24% total de los préstamos). En los últimos años, siguiendo la tendencia alcista, la deuda alcanzó casi 2 millones de ducados (un 33,42% del total). Carlos recurrió a todos los medios posibles para conseguir dinero: los servicios de Cortes, los secuestros de las remesas indianas de particulares. Cuando no podía devolver los préstamos con dinero lo hacía con deuda pública, (los famosos juros).
En 1522 los juros consumieron el 36,6% de los recursos de la Hacienda, en 1528 alcanzaron el 52%, en 1543 el 65% y en 1556 el 68%. En 1557, ya con Felipe II en el trono, se produce la primera bancarrota de la Hacienda Real.
Para hacer frente al problema francés en 1552, Carlos recurrió a un empréstito de más de 4 millones de ducados. Carlos se negaba a decretar la suspensión total de pagos y también a firmar la paz. A ello se vería obligado su hijo tras coger las riendas del gobierno: suspensión de pagos en 1557 y paz con Francia en 1559.
Las deudas eran cada vez mayores, heredando el rey Prudente de su padre una deuda de al menos 20 millones de ducados. Llegó el momento en que los banqueros se negaron a adelantar más dinero y Felipe II se vio en la necesidad de declarar las suspensiones de pagos de 1557 y 1575. Se entablaron negociaciones entre el monarca y sus acreedores para negociar la deuda y cancelar una parte de ella. Los banqueros aumentaron la tasa de interés y una vez más la monarquía empezó a solicitar préstamos.
Cuando Felipe II regresó a España en 1559, su mayor preocupación durante los diez años siguientes fue poner en orden las finanzas. Recibía consejos de todas partes pero en última instancia siempre le recomendaban que recurriera a los Fugger o los genoveses.
Los banqueros adelantaban el dinero y, de esa forma, movilizaban los ingresos del gobierno antes de que fueran recaudados. Para ello era necesario muchas veces confiarles la recaudación de los impuestos o el derecho de administrar las hipotecas de estos. A los Fugger se les concedió la administración de las minas de mercurio de Almadén y de las minas de plata de Guadalcanal en el sur de España, así como los maestrazgos. Para ejercer ese control, los Fugger introdujeron sus propios agentes alemanes.
Entre 1586-88 cuando los planes para la invasión de Inglaterra desde los Países Bajos se hallaban en una fase crucial, hubo una serie de ingentes asientos, muchos de los cuales eran superiores al millón de ducados y uno de ellos de dos millones y medio. Los servicios de los banqueros a la corona les reportaban importantes ventajas: beneficios de un tipo de cambio favorable, intereses de la deuda, ya que casi siempre se retrasaban los pagos, y las licencias para exportar dinero en efectivo que luego podían revender con buenos dividendos.
Los asientos eran las operaciones financieras más importantes realizadas en Europa en el periodo 1580-1596 (enorme incremento de la producción de plata americana a partir de 1580). Bajo el impacto de la guerra y la presión de la política exterior española, el comercio declinó y las finanzas prosperaron. Aunque era una prosperidad artificial pues se basaba en una economía decadente. Desembocó en una nueva suspensión de pagos en 1596 (reconversión de la deuda a títulos de crédito a largo plazo sobre futuros ingresos).
Por mi parte, esta semana completé las referencias hacia los estudios más clásicos de la historia fiscal y financiera, que aquí adjuntaré:
Como señala Alonso García, la historiografía fiscal cuenta con una serie de obras que han sido consideradas en estos últimos cuarenta años como “clásicos”. De ellos, vamos a destacar, primeramente, la famosa (y voluminosa) obra de R. Carande, la de Domínguez Ortiz, M. Ulloa y la de Ruíz Martín, así como los estudios de Ladero Quesada. Estas obras aportaron sugerencias clave con respecto a esos períodos y profundizaron en los planteamientos no sólo institucionales, sino también crediticios, como base de un esquema centrado en una monarquía que gastaba más de lo que ingresaba.
Ramón Carande enfatizó en su conocida obra (de trascendencia internacional) sobre los banqueros de Carlos V, la labor centralizadora de la expansión tributaria en Castilla. Su preocupación por el estudio de las instituciones fiscales estaba acompañada de su propia concepción del papel jugado por la fiscalidad y también de la deuda. Así, tales instituciones –vistas como elementos de centralización– surgirían como respuesta a una voluntad política que necesitaba ingresos, la política regia.
Por su parte, Antonio Domínguez Ortiz, revisando una fase posterior del proceso estudiado por Carande, interpretó que el rey poseía un gran margen de maniobra en el uso del sistema fiscal. Así, la cuestión de las reformas en Castilla del período de Olivares quedan expresadas en términos de una completa “reorganización del sistema fiscal”, a diferencia de lo que aconteció en los demás territorios de la Monarquía Hispánica. Además, aborda la problemática hacendística de aquel periodo, dedicando una parte del trabajo a los asentistas y banqueros que negociaron con la Corona durante aquellos años.
Los estudios del profesor Ladero Quesada, iniciados en 1965 y publicados finalmente en 1972, fueron recogidos en su famosa obra, La Hacienda Real de Castilla en el siglo XV. En ella ofrecía una perspectiva orientada a la relación Hacienda-Política planteando la idea de un sistema fiscal asentado sobre un sustrato económico variable en función ciertos momentos, pero valiéndose del arrendamiento de impuestos, que amortiguaban o deformaban las repercusiones de cada coyuntura económica sobre la Hacienda.
En su caso, Modesto Ulloa, en su más famosa obra sobre la Hacienda de Felipe II, se introdujo en los graves problemas hacendísticos del rey Prudente, mientras que Ruíz Martín, también abordando el reinado de Felipe II, trazó una panorámica general de los grandes protagonistas financieros en lo que él llamó “el siglo de los Genoveses”, ocupándose del “pequeño” y “gran capitalismo” que, estoy seguro, abordará mi compañero Luca en su exposición. Quizá también cabría destacar, por clásicos, los estudios de S. Moxó sobre la alcabala, sus orígenes, concepto y naturaleza, donde Moxó no sólo abarca estos conceptos, sino también las alcabalas privadas y los procesos de movimientos incorporacionistas de la Corona.
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