Me he tomado la libertad de echar un vistazo al debate que mantuvieron a mediados del siglo pasado dos de los historiadores españoles de más renombre acerca de la identidad española y las repercusiones judías en la Historia de España. Por ello, me pareció interesante publicarlo para que, si podéis, le echéis un vistazo, pues es uno de los más claros reflejos de lo cuestionado que ha sido este tema a lo largo de la historiografía.
EL DEBATE AMÉRICO CASTRO - SÁNCHEZ ALBORNOZ
Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz reflexionaron sobre el papel de los judíos en la Historia de España.
Américo Castro publicó en 1948 Los españoles en la historia: cristianos, moros y judíos, que en ediciones posteriores acabaría convirtiéndose en La Realidad Histórica de España. Angustiado por la guerra y el exilio, intenta comprender el porqué del fracaso español a la hora de establecer un sistema liberal de convivencia. La respuesta es que los españoles son diferentes a los europeos porque su “morada vital” se forjó a partir de tres castas medievales, cuya armonía inicial se desagarró más tarde. Castro recoge toda la tradición liberal que integra a moros y judíos en la cultura española, pero lo hace de modo mucho más esencial. En el fondo late en su obra un pesimismo cuya raíz, como opina el autor del artículo, “podría rastrearse en Valera, cuando sostenía la raíz semítica de los grandes males españoles: el fanatismo religioso y el consiguiente desprecio por la ciencia y la técnica”.
La obra de Castro causó un gran revuelo y, en un primer momento, fue bien recibida en muchos por ambientes porque rechazaba radicalmente el nacional-catolicismo oficial; pero frente a éste, lo que terminó imponiéndose fueron las posturas europeístas y no la tesis del propio Castro.
Al parecer, y especialmente en esos momentos socio-políticos en que se encontraba España, nadie había “osado” romper la imagen del español cristiano tan históricamente tradicional. Por eso, Claudio Sánchez Albornoz, enraizado católico debió, cuanto menos, revolverse en su silla ante esos planteamientos y elaboró una “respuesta” que él denominó el “anticastro”: España. Un enigma histórico (1957). Su aversión a Castro fue tan profunda que no dudó en decir de él en Mi testamento histórico-político (1975) que era de linaje “converso”, por lo que su obra hablaba “la voz de la sangre”.
Al parecer, y especialmente en esos momentos socio-políticos en que se encontraba España, nadie había “osado” romper la imagen del español cristiano tan históricamente tradicional. Por eso, Claudio Sánchez Albornoz, enraizado católico debió, cuanto menos, revolverse en su silla ante esos planteamientos y elaboró una “respuesta” que él denominó el “anticastro”: España. Un enigma histórico (1957). Su aversión a Castro fue tan profunda que no dudó en decir de él en Mi testamento histórico-político (1975) que era de linaje “converso”, por lo que su obra hablaba “la voz de la sangre”.
Para Sánchez Albornoz, España existía desde la época celtíbera, no hubo simbiosis con árabes y judíos, y los españoles cristianos del norte fueron los que acabaron desplazando a los anteriores. De hecho, aseguraba que las influencias fueron inversas, pues judíos y moros se españolizaron en cierta medida. Entre los verdaderos españoles no hubo, pues, semitismo, sino antisemitismo.
Álvarez Chillida opina que Sánchez Albornoz llega a ofrecer, incluso, una visión un tanto antisemita pues decía que “es más fácil unir el agua con el fuego que hallar vínculos de parentesco entre lo hispánico y lo hebraico”. Los españoles se preocupaban más de la salvación eterna individual, mientras que los judíos solo buscaban el bienestar material y la salvación colectiva en la tierra. De ahí su avaricia y que, al ser perseguidos, soñaron en su venganza terrenal con la ayuda de Dios”. Sánchez Albornoz además deploraba las persecuciones antijudías y la Inquisición pero, coincidiendo con Castro y Valera, “el fanatismo religioso fue herencia ponzoñosa” que dejaron los judíos: “La inquisición fue una satánica invención hispanohebraica”; así como la limpieza de sangre.
Álvarez Chillida opina que Sánchez Albornoz llega a ofrecer, incluso, una visión un tanto antisemita pues decía que “es más fácil unir el agua con el fuego que hallar vínculos de parentesco entre lo hispánico y lo hebraico”. Los españoles se preocupaban más de la salvación eterna individual, mientras que los judíos solo buscaban el bienestar material y la salvación colectiva en la tierra. De ahí su avaricia y que, al ser perseguidos, soñaron en su venganza terrenal con la ayuda de Dios”. Sánchez Albornoz además deploraba las persecuciones antijudías y la Inquisición pero, coincidiendo con Castro y Valera, “el fanatismo religioso fue herencia ponzoñosa” que dejaron los judíos: “La inquisición fue una satánica invención hispanohebraica”; así como la limpieza de sangre.
Por último, Sánchez Albornoz aseguraba que fueron los judíos, sobre todo su élite, quienes provocaron las persecuciones con sus usuras fabulosas (con intereses superiores al 100% en hipotecas, y al 1400% con prendas), y su explotación al pueblo con la protección de reyes y poderosos. Dice incluso que no sería raro que fueran veraces algunas acusaciones de sacrilegio. Por ello entre españoles y hebreos están las cuentas saldadas. Albornoz reconoce la enorme altura intelectual de sefardíes y conversos, como Montaigne, Spinoza, Vives o Rojas, pero afirma que deben a España todo lo que alcanzaron ser.[1]
Personalmente, es evidente que los planteamientos históricos de los que partían tanto Castro como Sánchez Albornoz eran válidos. Pero quizá lo que ahí debatían no era sino una planteamiento antropológico más que la verdadera historia de España. Por otro lado, no parece lógico que la identidad española, el modo de ser español se fraguase en un siglo y que en la construcción de esta concepción solo pudiesen participar las influencias cristianas, judaicas y musulmanas, pues es indiscutible que los siglos precedentes a la invasión musulmana debieron dejar sus influjos.
[1] Extraído de Álvarez Chillida, G.: El antisemitismo en España. La imagen del judío (1812 – 2002). Marcial Pons. Madrid, 2002. pp. 433-435. Po otro lado, existen numerosas ediciones de las obras citadas de Américo Castro y Sánchez Albornoz, todas ellas disponibles en la Biblioteca.
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