La clase del 24 de noviembre la dedicamos a realizar la segunda exposición de nuestros respectivos trabajos. Cada grupo fue presentándonos cómo están avanzando en sus lecturas y la organización de sus trabajos:
El grupo Industria ha dividido la tarea en cuatro partes: una dedicada a las fábricas, otra dedicada a la industria dispersa, otra a los gremios y la última al área específica de Holanda. Cada componente del grupo se dedica a una parte y de su exposición pudimos extraer algunas ideas acerca de las líneas de investigación que están siguiendo y las dificultades que pueden estar encontrando.
Con la parte dedicada a Holanda, parece ser que nuestros compañeros están teniendo dificultades en cuanto a encontrar bibliografía. Al contrario, gozan de amplia bibliografía en cuanto a fábricas se refiere, y están investigando acerca de Inglaterra y de las Reales Fábricas francesas y el papel de Colbert.
En la parte de la industria dispersa, los compañeros se van a centrar en resaltar la figura del mercader, así como de los tipos de industria y también de la figura de Mendels.
El compañero dedicado a trabajar sobre gremios se ha estado centrando en las diferentes definiciones que se han dado al término “gremio”
El grupo Revolución industrial quiso aclararnos en primer lugar que el contenido de su trabajo no es el desarrollo de la Revolución Industrial sino los orígenes de ésta. Han dividido la tarea en tres partes que corresponden a tres grandes bloques historiográficos:
La primera parte se ocupa de los autores “clásicos” de la primera mitad del siglo XX. A partir de estos autores la idea de orígenes de la Revolución industrial queda enmarcada en la revolución agrícola de Inglaterra del siglo XVIII (los excedentes agrícolas dan lugar a las innovaciones técnicas)
Otro bloque del trabajo lo están dedicando al estudio de la visión “protoindustrial” (concepto de Mendels), y el tercer bloque historiográfico corresponde a las últimas visiones sobre los orígenes de la Revolución industrial que incluso la sitúan en la Edad Media.
De todo ello, los compañeros de este grupo han extraído algunas conclusiones que nos presentaron en su exposición: cada vez se retrasan más los orígenes de la R.I. y estos, al mismo tiempo cada vez se consideran más complejos de lo que consideraban los autores clásicos.
El grupo Hacienda ha estado trabajando con los autores clásicos; Carande, Artola, Ulloa, entre otros. A partir de sus lecturas han decidido dividir su trabajo en cuatro partes:
Una dedicada a historiografía que analice las distintas visiones que se han tenido (y se están teniendo) sobre hacienda. Las otras tres partes se centran en la fiscalidad: fiscalidad ordinaria, fiscalidad extraordinaria (servicios de cortes y rentas eclesiásticas que se entregan a la corona) y fiscalidad en Castilla. Con respecto a esta última parte, se van a centrar en el periodo cronológico que va desde Isabel hasta Carlos V por considerarlo el arranque de la constitución fiscal de Castilla.
Nos aclaraban los compañeros del grupo hacienda que consideran importante analizar en su trabajo el punto de vista estructural o formal, y las relaciones entre fiscalidad y poder.
Por último, nuestro grupo eligió a Martin para que realizara la exposición y con ella presentó ante el resto de la clase el nivel de trabajo que llevamos por el momento así como la división del mismo que habíamos decidido. Ambas cosas ya están explicadas en este blog anteriormente mediante los diarios de trabajo semanales por lo que me limito a resaltar de la exposición los apuntes o discusiones que surgieron por parte de los compañeros y que nos podrán aportar luz sobre nuestras tareas:
Por un lado salió a la luz el tema de los banqueros castellanos que trabajaban como mercaderes al mismo tiempo, y que actuaban en muchos casos a la sombra de los banqueros extranjeros o como mediadores en sus negocios. Se nos planteó la teoría de que estos banqueros no eran meros mediadores de los extranjeros y la corona, sino que sus relaciones pudieron ser más directas e intensas.
Por otro lado, nos plantearon la cuestión de cómo vamos a insertar la política en el desarrollo del trabajo. La política la juzgamos importante en cuanto a su influencia en las relaciones de crédito y el crecimiento de la deuda pública; pero a su vez, es difícil dedicarle demasiado desarrollo sin olvidar que el trabajo se centra en aspectos económicos. Es una dificultad que podremos encontrar y que deberemos abordar conforme avancemos en el trabajo.
domingo, 29 de noviembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
Memoria de grupo. (17/11/2009)
Esta semana, Martín ha continuado siendo el observador, limitandose por lo tanto ha subir la lección de clase al blog (junto a la de la semana pasada).
Los otros miembros del grupo han continuado con la lectura de diversas obras. Así, Sandra ha trabajado con el libro de Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, volumen I, mostrando la siguiente información al grupo. En 1525 la deuda de la monarquía hispánica es ya suficientemente importante como para que los banqueros busquen posiciones defensivas de sus créditos. Por este motivo, en 1525 toman en prenda (como garantía) los maestrazgos (este camino ya lo emprende Jacobo Fugger en 1523).
Jacobo Fugger había prestado dinero con aportaciones propias para la candidatura de Carlos al trono imperial. Tras el triunfo pasaron años sin que Carlos le indemnizara. Esa deuda se sumó a los intereses de los empréstitos que continuó suscribiendo Jacobo hasta 1521.
Los fúcares no contaron con verse desplazados, pero desde 1522 hasta 1526 toman el relevo como prestamistas de la corona Enrique Ehinger (alemán, relacionado con los Welser) y banqueros genoveses como Mafeo de Tarsis, Esteban Rizzi y Juan B Grimaldo. Ellos retienen los maestrazgos hasta el advenimiento de los Welser. Se produce un nuevo arriendo entre 1528 y 1532 (cinco años duraban los contratos generalmente)
Una rama de los Welser se hace cargo de los maestrazgos desde 1533 hasta 1537. Bartolomé Welser firma el contrato en 1530; y es en este contrato donde mejor vemos reflejado cómo se adjudicaba al banquero las mesas maestrales para mayor garantía. La mesa maestral es la parte de los bienes de la orden militar que correspondía al maestre. Se imponía la condición a los arrendatarios de presentar anualmente a los contadores de las órdenes, la referencia de los ingresos de cada una de las mesas maestrales; condición que no se cumplió.
Los preparativos para la expedición de Túnez provocan un gran aumento de los gastos y Carlos V intenta de nuevo atraer a los banqueros con la promesa de los maestrazgos. En 1535, ya está preparando las negociaciones cuando aún faltan más de dos años para que termine el arriendo de los Welser. Se intenta estipular el contrato en Madrid con Gaspar Weiler, factor de los Fugger, en las mismas condiciones que el contrato que estaba vigente con los Welser: cinco años de duración, misma cantidad de anticipo (200 mil ducados), mismo interés y mismos beneficios para los banqueros. Es decir que desde 1538 y hasta 1542, los Fugger vuelven a disfrutar de los beneficios de las mesas maestrales.
El que finaliza en 1542 es el último contrato de la primera serie que los banqueros suscriben desde 1524. Por tanto podemos afirmar que los maestrazgos estuvieron en manos de distintos equipos bancarios en prenda de sus operaciones durante dieciocho años.
Los Fugger y los Welser obtuvieron importantes ganancias de estos arriendos, pues además de cobrar, con creces, a la corona sus anticipos; retenían en las paneras los trigos, esperando mayor precio y fomentando la escasez que sufrían las gentes de las tierras de los maestrazgos.
Desde 1543, se suceden cuatro años en los que los banqueros extranjeros quedan al margen del arriendo de los maestrazgos. Ni los alemanes ni los genoveses pudieron hacer frente a un nuevo contrincante que pujó por ellos: Pedro González de León; tras el cual, al parecer actuaba la Mesta. Pero no tardaría en reiniciarse la injerencia extranjera en los maestrazgos, dadas las urgencias de capital que el emperador necesitaba. De este modo, en 1546 se firmará un nuevo contrato con los banqueros alemanes.
Luca por su parte ha trabajado con la obra. La repubblica internazioanle del denaro tra il XV e il XVII secolo. Donde ha leído los resultados de dos congresos, uno en Trento Y uno en Bolonia, sobre las redes genovesas en España. Desde los dos, se puede entender como Génova pudo establecer una red económica muy extensa y muy sólida en reino español, empezando desde Sevilla, que fue el centro económico, comercial y financiero de los genoveses.
La cuestión es que las familias genovesas en España eran tanto mercaderes como banqueros, y pudieron hacer préstamos a los reyes españoles. Manteniendo buenas relaciones con la Corte y con los mercaderes castellanos, lo que les permitió moverse en muchas direcciones.
Luego hay descritas unas familias importantes, como Spinola, Centurione, Grimaldi, Doria y Marino, y sus relaciones económicas con el Estado. Unas de estas familias también empezó a comerciar con la América del Sur, ganando dinero con el transporte de ora, plata y esclavos. Todo esto era funcional a que los genoveses pudieron aumentar su poder en la financia y en el campo del préstamo.
Los otros miembros del grupo han continuado con la lectura de diversas obras. Así, Sandra ha trabajado con el libro de Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, volumen I, mostrando la siguiente información al grupo. En 1525 la deuda de la monarquía hispánica es ya suficientemente importante como para que los banqueros busquen posiciones defensivas de sus créditos. Por este motivo, en 1525 toman en prenda (como garantía) los maestrazgos (este camino ya lo emprende Jacobo Fugger en 1523).
Jacobo Fugger había prestado dinero con aportaciones propias para la candidatura de Carlos al trono imperial. Tras el triunfo pasaron años sin que Carlos le indemnizara. Esa deuda se sumó a los intereses de los empréstitos que continuó suscribiendo Jacobo hasta 1521.
Los fúcares no contaron con verse desplazados, pero desde 1522 hasta 1526 toman el relevo como prestamistas de la corona Enrique Ehinger (alemán, relacionado con los Welser) y banqueros genoveses como Mafeo de Tarsis, Esteban Rizzi y Juan B Grimaldo. Ellos retienen los maestrazgos hasta el advenimiento de los Welser. Se produce un nuevo arriendo entre 1528 y 1532 (cinco años duraban los contratos generalmente)
Una rama de los Welser se hace cargo de los maestrazgos desde 1533 hasta 1537. Bartolomé Welser firma el contrato en 1530; y es en este contrato donde mejor vemos reflejado cómo se adjudicaba al banquero las mesas maestrales para mayor garantía. La mesa maestral es la parte de los bienes de la orden militar que correspondía al maestre. Se imponía la condición a los arrendatarios de presentar anualmente a los contadores de las órdenes, la referencia de los ingresos de cada una de las mesas maestrales; condición que no se cumplió.
Los preparativos para la expedición de Túnez provocan un gran aumento de los gastos y Carlos V intenta de nuevo atraer a los banqueros con la promesa de los maestrazgos. En 1535, ya está preparando las negociaciones cuando aún faltan más de dos años para que termine el arriendo de los Welser. Se intenta estipular el contrato en Madrid con Gaspar Weiler, factor de los Fugger, en las mismas condiciones que el contrato que estaba vigente con los Welser: cinco años de duración, misma cantidad de anticipo (200 mil ducados), mismo interés y mismos beneficios para los banqueros. Es decir que desde 1538 y hasta 1542, los Fugger vuelven a disfrutar de los beneficios de las mesas maestrales.
El que finaliza en 1542 es el último contrato de la primera serie que los banqueros suscriben desde 1524. Por tanto podemos afirmar que los maestrazgos estuvieron en manos de distintos equipos bancarios en prenda de sus operaciones durante dieciocho años.
Los Fugger y los Welser obtuvieron importantes ganancias de estos arriendos, pues además de cobrar, con creces, a la corona sus anticipos; retenían en las paneras los trigos, esperando mayor precio y fomentando la escasez que sufrían las gentes de las tierras de los maestrazgos.
Desde 1543, se suceden cuatro años en los que los banqueros extranjeros quedan al margen del arriendo de los maestrazgos. Ni los alemanes ni los genoveses pudieron hacer frente a un nuevo contrincante que pujó por ellos: Pedro González de León; tras el cual, al parecer actuaba la Mesta. Pero no tardaría en reiniciarse la injerencia extranjera en los maestrazgos, dadas las urgencias de capital que el emperador necesitaba. De este modo, en 1546 se firmará un nuevo contrato con los banqueros alemanes.
Luca por su parte ha trabajado con la obra. La repubblica internazioanle del denaro tra il XV e il XVII secolo. Donde ha leído los resultados de dos congresos, uno en Trento Y uno en Bolonia, sobre las redes genovesas en España. Desde los dos, se puede entender como Génova pudo establecer una red económica muy extensa y muy sólida en reino español, empezando desde Sevilla, que fue el centro económico, comercial y financiero de los genoveses.
La cuestión es que las familias genovesas en España eran tanto mercaderes como banqueros, y pudieron hacer préstamos a los reyes españoles. Manteniendo buenas relaciones con la Corte y con los mercaderes castellanos, lo que les permitió moverse en muchas direcciones.
Luego hay descritas unas familias importantes, como Spinola, Centurione, Grimaldi, Doria y Marino, y sus relaciones económicas con el Estado. Unas de estas familias también empezó a comerciar con la América del Sur, ganando dinero con el transporte de ora, plata y esclavos. Todo esto era funcional a que los genoveses pudieron aumentar su poder en la financia y en el campo del préstamo.
Por último, Pablo ha leído de HERNÁNDEZ, B.: "Finanzas y Hacienda en los territorios de la Monarquía Hispánica. Revista de una década historiográfica, 1988 - 1998". En Cuadernos de Historia Moderna. 1998, nº 21, monográfico IV: 267 - 326. Donde en un repaso general, vamos a destacar una serie de autores y obras muy representativos en este sentido:
Dos estudios que van a destacar van a ser los de Miguel Artola (Historia del Antiguo Régimen) y Carmen Sanz (Los banqueros de Carlos II), pues presentan una evolución de contenidos y la modernización metodológica que aquí quedan en referencia.
También vamos a destacar a Jean Pierre Dideu y José Ignacio Ruiz, que presentan el marco del avance del mejor conocimiento de la Historia de la Hacienda, así como los trabajos de Carlos J. de Carlos acerca del Consejo de Hacienda. Bartolomé Yun presenta interesantes trabajos sobre fraude, desviación de fuentes de renta, etc. Y también hay que destacar los trabajos del grupo PAPE acerca de las finanzas en el siglo XVIII.
Acerca de los mercaderes y hombres de negocios sin duda va a destacar Felipe Ruiz Martín que fue el primero que acuñó el término de “pequeño capitalismo nacional”, aunque en este sentido cabe destacar los estudios de Ricardo Rodríguez y su desarrollo del negocio de Simón Ruiz en las décadas centrales del siglo XVI.
También se han estudiado los manejos mercantiles de estas familias y sus conexiones con el sistema de compensación de las ferias de cambios (el propio Ricardo Rodríguez)
Aunque, por ejemplo, Felipe Ruiz Martín también ha dedicado la nómina de protagonistas con profundos estudios, así como R. Ródenas Vilar o J. Martínez Millán y el citado anteriormente Carlos J. de Carlos
Mención destacada en el siglo XVII es la de Carlos Álvarez Nogal sobre los genoveses en el siglo XVII así como los banqueros de Felipe IV, que acaparan el poder financiero en más de una de las monarquías de la época, como mostrado J.F. Dubost en “La France italienne”.
Conectado a este punto, las referencias sobre el tema pueden ampliarse con los estudios realizados sobre la burguesía española durante la Edad Moderna, donde cabe destacar la relación con Holanda (los trabajos de L.M. Enciso; M. Lobo o V. Suárez, así como el expansionismo de algunas potencias de la Europa Septentrional sobre el Mediterráneo (los trabajos de Kellenbenz, G.P. de Divitiis…), etc.
Si un tejido mercantil vigoroso favoreció el desarrollo de sistemas crediticios eficientes, la realización de estudios regionales sobre el marco comercial privado establece los cimientos para ulteriores progresos, como los estudios de zonas de Sevilla de E. Otto, en Aragón de Gómez Zorruquino, en Cataluña de I. Lobato, o en Nápoles en su conexión peninsular de G. Fendia, así como las redes internaciones de relación del próspero sector de mercaderes castellanos de las décadas centrales del XVI (casado Alonso, Fortea, etc.)
De manera más específica, por su influencia sobre las finanzas de Felipe III y Felipe IV también cabe destacar los trabajos alrededor del poderoso sector de los judíos portugueses, así como los de N. Broens, M. Ebben, Sanz Ayán, etc.
[…]
Otro campo de la Historia financiera que se ha beneficiado de sólidos estudios ha sido el del análisis de los mecanismos e instituciones de creación y formalización del crédito. La historia de la banca privada en el siglo XVI (Hernández Esteve o S. Tinoco) y los ensayos de trasladar sus esquemas al ámbito público ha escrito un nuevo capítulo a través de la revisión de uno de los arbitrios más recurrentes de la época: la creación de erarios públicos (P. Swartz, o el mismo Hernández Esteve).
También destacar trabajos sobre el nacimiento efectivo de la deuda pública castellana y los sistemas de crédito general (pilar toboso), respecto a los juros, o B. Bennassar, con censos e inversiones en la Castilla moderna; el tema de los censos al quitar ha sido considerado con una gran amplitud de connotaciones sociales y económicas por José Luís Pereira o también mencionar la original aproximación al fenómeno del crédito público durante el reinado de Felipe II hecha por James Conklin.
Ya para el siglo XVIII modélico análisis de Pedro Pérez Herrero sobre el crédito comercial novohispano, o la monumental obra de Antonio M. Bernal sobre la financiación e la carrera de Indias.
Mercantilismo, Proyectismo y Fisiocracia.
MERCANTILISMO
A la hora de hablar de mercantilismo, lo hacemos como una estructura económica mundial, basada en el juego de suma cero: lo que un país ganaba con el comercio, otro lo perdía. Los principales ejemplos de ello, eran Venecia y Holanda. Se parte así de una visión estática de la riqueza
Y podríamos mencionar los siguientes elementos, como características del mercantilismo:
* Es poblacionista, ya que se considera que un Estado es más rico, cuanta más población tenga. Mención al autor italiano Giovanni Botero, que en Delle cause Della grandezza e magnificenza delle cità, sostiene que la tendencia de la potencia generadora de los hombres tiende a crecer más rápidamente que la potencia nutritiva de los Estados, concluyendo que era razón para desarrollar más la producción, no para frenar el crecimiento de población.
* Es bullonista, creencia de que la moneda, o bien el oro, era la riqueza. El error de esta idea estaría, según Adam Smith, en creer que sólo este sea riqueza.
* Para los países que carecen de oro y plata, los sectores más importantes a defender, son la industria y el comercio.
* El mercantilismo se define como la defensa de la bandeja favorable. Se vende más que se compra, en especial la venta de manufacturas, y se compran materias primas con el fin de atraer divisas.
* El objetivo final es el fortalecimiento del Estado.
Pero el mercantilismo no es una estructura coherente, si no que son unos principios basados en la observación. Además, hay autores que consideran que el mercantilismo podría ser una escuela y, otros que opinan todo lo contrario, ya que no ha existido una escuela de pensamiento que se autodefiniera como mercantilista; ni siquiera una corriente de opinión, consciente de su propia homogeneidad teórica, que pudieran definirse como tal. Para Schmoller, el mercantilismo "en esencia no es más que construcción de Estado, no construir Estado en sentido estricto, sino construir Estado y economía nacional al mismo tiempo".
Hay que tener en cuenta que los pensadores del s. XVI y XVII, no se concebirán como un grupo y, su nombre surgirá en el s. XVIII con un signo peyorativo por parte de Adam Smith, por el abuso que harían del intervencionismo.
Este concepto peyorativo se mantendrá, hasta que en 1874, Roscher publicará una obra que va a concebir el mercantilismo, como algo positivo, ya que permitía un fortalecimiento de poder por parte del Estado. Para Roscher, la política económica alemana estaba basada en tres siglos anteriores, el mercantilismo se reconoce como una escuela coherente, principalmente en los países centroeuropeos y España.
Posteriormente, el mercantilismo recibirá apoyos por autores como Heckscher en 1931. Para él, el mercantilismo era todo un sistema de poder y una política de unificación nacional. Sin embargo, aparecerán críticas procedentes del mundo anglosajón. Viner o Coleman (1969), para los cuales no existirá mercantilismo como tal.
Hablar en España de pensamiento económico en el s. XVI y XVII, es hablar de arbitrismo, escritos elevados al rey y administraciones con el objetivo de proponer una solución y, ayudar así a su rey, esperando que este le reconozca su buena acción. Consiste pues, en un perfeccionamiento de la política económica de la monarquía. Algunos de los hombres más destacados fueron Luís Ortiz, Martínez de la Mata, Álvarez Osorio, Juan de Mariana…
Alonso Ortiz con su obra, Memorial para que no salgan dineros destos reynos, de 1558, es considerado el primer representante del mercantilismo. Schumpeter lo define como “un programa bien razonado de desarrollo industrial”. Por su parte, Hamilton lo considera una formulación temprana de la doctrina de la balanza de comercio, que en general el dominio anglosajón ha atribuido a los autores ingleses de la década de 1620.
Su trabajo consiste en el análisis de las principales partidas de la balanza comercial, a fin de ver aquellas salidas de capital que pueden eliminarse, especialmente las referidas a importaciones de productos elaborados con materia prima castellana, poniendo énfasis en evitar la descapitalización del país, de ahí la crítica a los genoveses en muchos autores también.
EL PROYECTISMO DEL SIGLO XVIII
Hay quien considera que son ajenos a los arbitristas y otros que son afines porque critican los censos. Destaca Bernardo Word (1776), el cual, hablará de riesgos en la productividad, industria… y será el ideólogo del sistema de carreteras que pondrá en marcha Carlos III, el sistema radial
En Inglaterra, el pensamiento económico es heterogéneo, apareciendo autores que buscan lo mejor para su país. Destacaremos cuatro temas:
- Búsqueda de una balanza comercial positiva, basándose en la industria y comercio para atraer metales. Con autores como Mylanes, Misselden y Mun. Del primero de ellos destacan sus obras A Treatise of the Canker of England´s Common Wealth y Consuetudo vel lex mercatoria or the Ancient Law- Merchant, buscando en las alteraciones del cambio las causas de fondo de un desequilibrio de la balanza comercial. A esta idea se le opuso la de Misselden, para el cual, es el superávit o el déficit de la balanza comercial el que hace variar el tipo de cambio. Más que preocuparse por el cambio, el Estado debería fomentar las exportaciones y desalentar las importaciones. Y este será el núcleo de la doctrina mercantilista, que fue expuesta por Mun de una manera más sistemática.
- El estimulo de la producción, la renta y comercio, no tanto para atraer metales, sino para crear empleo, y de esta forma crear riqueza. Destacamos a Cary y Child.
- Child y Locke escribirán en los años 60 del s. XVII, sobre la disminución de la tasa de interés del dinero, debido a un momento de crisis, tras el incendio de Londres (1666), la gran rivalidad con Holanda… La idea básica formulada por Locke es que la libertad individual implica el derecho a disponer del propio trabajo. De ahí seguiría el derecho a la propiedad del producto del propio trabajo, dado que el valor de las mercancías depende de la cantidad de trabajo empleada para producirlas; además, puesto que la tierra se convierte en productiva y adquiere valor sólo con la aplicación del trabajo, también la propiedad privada de la tierra estaría justificada.
- Afán de cuantificación de los números, pesos y medidas, teniendo así, una visión matemática de los problemas económicos. Se buscará reducir las medidas y los pesos a una medición exacta, que irá unido de la mano de la revolución científica, rompiendo con los fundamentos del Antiguo Régimen (desigualdad, privilegios…). Petty no será favorable a la doctrina de la balanza comercial, más exportación y menos importación.
En resumen, los autores ingleses y sus escritos responden a cuestiones particulares, sin querer responder a preguntas en su conjunto.
En Francia, encontraremos reglamentaciones, así como la autosuficiencia del país, basada en una fuerte industria. Los autores principales serán Laffemas, Montchrètien y Colbert, preocupados por cuestiones económicas antes que morales o políticas.
Montchrèstien será el inventor del termino “economía política”, refiriéndose así a una técnica de administración pública, mediante el fomento de la producción de bienes necesarios para el consumo interior, no el comercio internacional.
A la hora de hablar de mercantilismo, lo hacemos como una estructura económica mundial, basada en el juego de suma cero: lo que un país ganaba con el comercio, otro lo perdía. Los principales ejemplos de ello, eran Venecia y Holanda. Se parte así de una visión estática de la riqueza
Y podríamos mencionar los siguientes elementos, como características del mercantilismo:
* Es poblacionista, ya que se considera que un Estado es más rico, cuanta más población tenga. Mención al autor italiano Giovanni Botero, que en Delle cause Della grandezza e magnificenza delle cità, sostiene que la tendencia de la potencia generadora de los hombres tiende a crecer más rápidamente que la potencia nutritiva de los Estados, concluyendo que era razón para desarrollar más la producción, no para frenar el crecimiento de población.
* Es bullonista, creencia de que la moneda, o bien el oro, era la riqueza. El error de esta idea estaría, según Adam Smith, en creer que sólo este sea riqueza.
* Para los países que carecen de oro y plata, los sectores más importantes a defender, son la industria y el comercio.
* El mercantilismo se define como la defensa de la bandeja favorable. Se vende más que se compra, en especial la venta de manufacturas, y se compran materias primas con el fin de atraer divisas.
* El objetivo final es el fortalecimiento del Estado.
Pero el mercantilismo no es una estructura coherente, si no que son unos principios basados en la observación. Además, hay autores que consideran que el mercantilismo podría ser una escuela y, otros que opinan todo lo contrario, ya que no ha existido una escuela de pensamiento que se autodefiniera como mercantilista; ni siquiera una corriente de opinión, consciente de su propia homogeneidad teórica, que pudieran definirse como tal. Para Schmoller, el mercantilismo "en esencia no es más que construcción de Estado, no construir Estado en sentido estricto, sino construir Estado y economía nacional al mismo tiempo".
Hay que tener en cuenta que los pensadores del s. XVI y XVII, no se concebirán como un grupo y, su nombre surgirá en el s. XVIII con un signo peyorativo por parte de Adam Smith, por el abuso que harían del intervencionismo.
Este concepto peyorativo se mantendrá, hasta que en 1874, Roscher publicará una obra que va a concebir el mercantilismo, como algo positivo, ya que permitía un fortalecimiento de poder por parte del Estado. Para Roscher, la política económica alemana estaba basada en tres siglos anteriores, el mercantilismo se reconoce como una escuela coherente, principalmente en los países centroeuropeos y España.
Posteriormente, el mercantilismo recibirá apoyos por autores como Heckscher en 1931. Para él, el mercantilismo era todo un sistema de poder y una política de unificación nacional. Sin embargo, aparecerán críticas procedentes del mundo anglosajón. Viner o Coleman (1969), para los cuales no existirá mercantilismo como tal.
Hablar en España de pensamiento económico en el s. XVI y XVII, es hablar de arbitrismo, escritos elevados al rey y administraciones con el objetivo de proponer una solución y, ayudar así a su rey, esperando que este le reconozca su buena acción. Consiste pues, en un perfeccionamiento de la política económica de la monarquía. Algunos de los hombres más destacados fueron Luís Ortiz, Martínez de la Mata, Álvarez Osorio, Juan de Mariana…
Alonso Ortiz con su obra, Memorial para que no salgan dineros destos reynos, de 1558, es considerado el primer representante del mercantilismo. Schumpeter lo define como “un programa bien razonado de desarrollo industrial”. Por su parte, Hamilton lo considera una formulación temprana de la doctrina de la balanza de comercio, que en general el dominio anglosajón ha atribuido a los autores ingleses de la década de 1620.
Su trabajo consiste en el análisis de las principales partidas de la balanza comercial, a fin de ver aquellas salidas de capital que pueden eliminarse, especialmente las referidas a importaciones de productos elaborados con materia prima castellana, poniendo énfasis en evitar la descapitalización del país, de ahí la crítica a los genoveses en muchos autores también.
EL PROYECTISMO DEL SIGLO XVIII
Hay quien considera que son ajenos a los arbitristas y otros que son afines porque critican los censos. Destaca Bernardo Word (1776), el cual, hablará de riesgos en la productividad, industria… y será el ideólogo del sistema de carreteras que pondrá en marcha Carlos III, el sistema radial
En Inglaterra, el pensamiento económico es heterogéneo, apareciendo autores que buscan lo mejor para su país. Destacaremos cuatro temas:
- Búsqueda de una balanza comercial positiva, basándose en la industria y comercio para atraer metales. Con autores como Mylanes, Misselden y Mun. Del primero de ellos destacan sus obras A Treatise of the Canker of England´s Common Wealth y Consuetudo vel lex mercatoria or the Ancient Law- Merchant, buscando en las alteraciones del cambio las causas de fondo de un desequilibrio de la balanza comercial. A esta idea se le opuso la de Misselden, para el cual, es el superávit o el déficit de la balanza comercial el que hace variar el tipo de cambio. Más que preocuparse por el cambio, el Estado debería fomentar las exportaciones y desalentar las importaciones. Y este será el núcleo de la doctrina mercantilista, que fue expuesta por Mun de una manera más sistemática.
- El estimulo de la producción, la renta y comercio, no tanto para atraer metales, sino para crear empleo, y de esta forma crear riqueza. Destacamos a Cary y Child.
- Child y Locke escribirán en los años 60 del s. XVII, sobre la disminución de la tasa de interés del dinero, debido a un momento de crisis, tras el incendio de Londres (1666), la gran rivalidad con Holanda… La idea básica formulada por Locke es que la libertad individual implica el derecho a disponer del propio trabajo. De ahí seguiría el derecho a la propiedad del producto del propio trabajo, dado que el valor de las mercancías depende de la cantidad de trabajo empleada para producirlas; además, puesto que la tierra se convierte en productiva y adquiere valor sólo con la aplicación del trabajo, también la propiedad privada de la tierra estaría justificada.
- Afán de cuantificación de los números, pesos y medidas, teniendo así, una visión matemática de los problemas económicos. Se buscará reducir las medidas y los pesos a una medición exacta, que irá unido de la mano de la revolución científica, rompiendo con los fundamentos del Antiguo Régimen (desigualdad, privilegios…). Petty no será favorable a la doctrina de la balanza comercial, más exportación y menos importación.
En resumen, los autores ingleses y sus escritos responden a cuestiones particulares, sin querer responder a preguntas en su conjunto.
En Francia, encontraremos reglamentaciones, así como la autosuficiencia del país, basada en una fuerte industria. Los autores principales serán Laffemas, Montchrètien y Colbert, preocupados por cuestiones económicas antes que morales o políticas.
Montchrèstien será el inventor del termino “economía política”, refiriéndose así a una técnica de administración pública, mediante el fomento de la producción de bienes necesarios para el consumo interior, no el comercio internacional.
Colbert como sus predecesores y sucesores intentó incrementar los ingresos del sistema fiscal. Promulgaron numerosas órdenes y decretos con respecto a las características técnicas de los árticulos manufacturados y la conducta de los mercaderes. Fomentaron la multiplicación de gremios con la intención expresa de mejorar el control de calidad, aunque su objetivo real era obtener más beneficios. Subvencionaron las reales fábricas (manufactures royales) para proveer a los señores de la realeza de artículos de lujo y también para establecer nuevas industrias. Por último, para asegurar una balanza de pagos favorable, crearon un sistema de prohibiciones y altos aranceles proteccionistas.
En general, consideraban el comercio como un sistema de juego cero, donde habría que obstaculizar la importación de productos manufacturados. Y la política industrial de Colbert, llegó a la preinscripción por vía administrativa de los procedimientos de fabricación y los controles de calidad.
En Holanda se pondrá un fuerte énfasis en el comercio. Defendiendo un proteccionismo más moderado y, con grandes intereses en las prácticas bursátiles. Creándose la primera bolsa de valores en Ámsterdam.
Joseph de la Vega era un judío de origen español, que escribirá el primer tratado bursátil del mundo, Confusión de confusiones, donde, desde una perspectiva moral, describió las actividades bursátiles para saber que prácticas eran usureras y cuales no, no había un interés económico puesto en ello.
En relación al comercio destacará también la figura de Hugo Grocio, jurista e historiador, su obra principal es De mare liberum, donde defendió la libertad de comercio en aguas internacionales, debido al fuerte interés holandés en entrar en el comercio americano.
FISICOCRACIA
Este aparatado fue el último en el que nos quedamos en clase, dando únicamente una pequeña introducción. Surgida en Francia en el siglo XVIII, la Fisiocracia estuvo muy ligada a la Ilustración, cuyo ejemplo lo encontramos en la obra esencial, Enciclopedia. El principio básico de los fisiócratas era el concepto de derecho natural (le droit natural), pues consideraban que era este el que en última instancia regía el comportamiento económico y social. Igualmente para ellos, la fuente de riqueza está en la tierra. Y por último, podemos destacar como principales representantes a Francois Quesnay, Anne Robert Jacques Turgot y Pierre Samuel du Pont de Nemours.
En general, consideraban el comercio como un sistema de juego cero, donde habría que obstaculizar la importación de productos manufacturados. Y la política industrial de Colbert, llegó a la preinscripción por vía administrativa de los procedimientos de fabricación y los controles de calidad.
En Holanda se pondrá un fuerte énfasis en el comercio. Defendiendo un proteccionismo más moderado y, con grandes intereses en las prácticas bursátiles. Creándose la primera bolsa de valores en Ámsterdam.
Joseph de la Vega era un judío de origen español, que escribirá el primer tratado bursátil del mundo, Confusión de confusiones, donde, desde una perspectiva moral, describió las actividades bursátiles para saber que prácticas eran usureras y cuales no, no había un interés económico puesto en ello.
En relación al comercio destacará también la figura de Hugo Grocio, jurista e historiador, su obra principal es De mare liberum, donde defendió la libertad de comercio en aguas internacionales, debido al fuerte interés holandés en entrar en el comercio americano.
FISICOCRACIA
Este aparatado fue el último en el que nos quedamos en clase, dando únicamente una pequeña introducción. Surgida en Francia en el siglo XVIII, la Fisiocracia estuvo muy ligada a la Ilustración, cuyo ejemplo lo encontramos en la obra esencial, Enciclopedia. El principio básico de los fisiócratas era el concepto de derecho natural (le droit natural), pues consideraban que era este el que en última instancia regía el comportamiento económico y social. Igualmente para ellos, la fuente de riqueza está en la tierra. Y por último, podemos destacar como principales representantes a Francois Quesnay, Anne Robert Jacques Turgot y Pierre Samuel du Pont de Nemours.
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BIBLIOGRAFÍA:
-John Kenneth Galbraith, Historia de la Economía, Ed. Ariel, Barcelona , 1998.
-Ernesto Screpanti y Stefano Zamagni, Panorama de historia del pensamiento económico,Ed.Ariel, Barcelona, 1997.
-Álvaro Gallardo, Historia del pensamiento económico y progreso de la ciencia económica. Una perspectiva pluralista.
-Rondo Cameron y Larry NealL, Historia Económica Mundial desde el Paleolítico hasta el presente. Alianza Editorial, Madrid, 2007.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Memoria de grupo. (10/11/2009)
Esta semana Martín será el observador, sustituyendo a Pablo. Durante esta semana, ambos asistimos al II Seminario Internacional. El mercado de capitales durante la Edad Moderna. Finanzas y deuda pública en Castilla y en los Estados Italianos desde un doble enfoque disciplinar, y como muestra de ello, ya hemos colgado en el blog una serie de resúmenes de dichas conferencias. Además Martín ha leído un capítulo de don Alberto Marcos Martín, titulado Deuda pública, fiscalidad y arbitrios en la Corona de Castilla en los siglos XVI y XVII, el cual trata del incremento del déficit público de la Corona, mencionando que en ningún otro territorio europeo, el crédito público había experimentado un aumento tan espectacular, además de ser los Reyes Católicos los primeros en recurrir a los asientos para la financiación de las guerras en Italia, y no así Carlos V, que prosiguió con la política de sus abuelos. Por otra parte, don Alberto Marcos hace referencia a la prohibición de la exportación de oro y plata por cuenta de particulares entre 1551-1552 y 1560-1566, produciéndose un auge suplementario de las grandes ferias castellanas, e intensificando la actividad de mercado en el interior de la Península, pero dando lugar también a un incremento de la inflación.
Sandra ha encontrado un artículo de don Carlos Javier de Carlos Morales, titulado Carlos V en una encrucijada financiera: las relaciones entre mercaderes- banqueros alemanes, genoveses y españoles en los asientos 1529-1533, sobre el cual, Sandra afirma que podría servirle de ayuda a Martín, porque en él se mencionan numerosos nombres de prestamistas castellanos.
Luca por su parte, ha leído el artículo Una nación, diferentes familias, múltiples redes. Genoveses en Castilla a principios de la Edad Moderna de don David Alonso. El cual, trata sobre los mercaderes genoveses en España a lo largo del siglo XVI, de sus relaciones familiares, su endogamia y, sobre todo de las relaciones que los genoveses tenían con la Corona y los mercaderes españoles. Después explica como era la comunidad genovesa en las ciudades españolas; este punto es de gran importancia porque generalmente se considera que los genoveses eran homogéneos, cuando, en realidad, “no respondieran a un mismo ethos”. Esta característica va a reflejarse sobre los hechos económicos de la Real Hacienda y sobre las relaciones personales, muy importantes en aquella época. Es importante conocer estas relaciones también para explicar como los genoveses pudieron extender sus redes económicas desde Sevilla y Valencia hasta Andalucía, Cartagena, Toledo y Madrid y, también pudieron cómo mantenerlas por muchos años.
Sandra ha encontrado un artículo de don Carlos Javier de Carlos Morales, titulado Carlos V en una encrucijada financiera: las relaciones entre mercaderes- banqueros alemanes, genoveses y españoles en los asientos 1529-1533, sobre el cual, Sandra afirma que podría servirle de ayuda a Martín, porque en él se mencionan numerosos nombres de prestamistas castellanos.
Luca por su parte, ha leído el artículo Una nación, diferentes familias, múltiples redes. Genoveses en Castilla a principios de la Edad Moderna de don David Alonso. El cual, trata sobre los mercaderes genoveses en España a lo largo del siglo XVI, de sus relaciones familiares, su endogamia y, sobre todo de las relaciones que los genoveses tenían con la Corona y los mercaderes españoles. Después explica como era la comunidad genovesa en las ciudades españolas; este punto es de gran importancia porque generalmente se considera que los genoveses eran homogéneos, cuando, en realidad, “no respondieran a un mismo ethos”. Esta característica va a reflejarse sobre los hechos económicos de la Real Hacienda y sobre las relaciones personales, muy importantes en aquella época. Es importante conocer estas relaciones también para explicar como los genoveses pudieron extender sus redes económicas desde Sevilla y Valencia hasta Andalucía, Cartagena, Toledo y Madrid y, también pudieron cómo mantenerlas por muchos años.
Para la próxima semana, Pablo continuará leyendo sobre los artículos en los que está trabajando. Martín leerá obras sobre el autor don Hilario Casado Alonso. Sandra continuará con la obra de Carlos V y sus banqueros y, Luca por último buscará las siguientes obras, Nobilta e investimenti a Genova in Età Moderna; Rapporti Genova- Mediterráneo- Atlántico; y Vomini di affari tra Madrid e Genova.
Por último, mencionar dos cuestiones. La primera de ellas, es que esta semana no realizaremos ninguna entrada respecto al temario de clase, pues Martín será dos semanas observador y se encargará de ello, debido a que esta semana solo tuvimos una clase. Por otro lado, el trabajo en grupo queda repartido de la siguiente manera:
- Pablo: Análisis historiográfico.
- Sandra: Banqueros alemanes.
- Martín: Banqueros castellanos.
- Luca: Banqueros italianos.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Crédito público y crédito privado en la Castilla de los siglos XVI y XVII: interferencias y mediatizaciones.
Dr. Alberto Marcos Martín (Catedrático de Historia Moderna, Universidad de Valladolid)
Felipe IV había resuelto valerse de la mitad de los censos de seglares que rentaran más de 30 ducados al año (introduciendo medias annatas, que ya se aplicaban en los juros y que producirían 470.000 ducados, que se sumarían a los 2.000.000 que se esperaban de las medias annatas de los juros). Sin embargo, el Consejo de Hacienda sabía que estas recaudaciones no eran más que teóricas, pues se tenía constancia de que más o menos la mitad de lo que se pretendía rendir se iría en gastos de gestión y recaudación.
Había pues una abundancia de censos, más para necesidades perentorias que para crear riqueza.
Los censos constituían una forma de comprar renta: de “vivir del cupón”, aspecto criticado por los arbitristas (especialmente por Martín de Cellorigo). Quien colocaba su dinero en censos y juros no invertía productivamente, no producía riqueza social. Sólo se compraba una renta anual de quien demandaba capital. Pero es que éstos, además, tampoco incluían estos dineros tomados a préstamo (ni nobles ni concejos ni campesinos). Así, los censos eran más un remedio para la necesidad, como ya hemos dicho.
Sin embargo, este comportamiento resultaba comprensible. Al fin y al cabo, el dinero se desvalorizaba por la inflación y había que reemplazarlo. Pero apenas había estímulos, lo que sumado a la baja productividad, además de la poca colaboración de la corona en las manufacturas, era algo más bien complicado.
A mediados del siglo XVII, la suma de los intereses de los censos corrientes en Castilla ascendían a 1302 millones de maravedíes (300 millones más que en 1638). Y los censos corrían a 2,25-2,5%. El dinero colocado en ellos era de 115-140 millones de ducados (un 115-160% más que en 1638), lo que indica que la inversión en censos (a pesar de su poca rentabilidad), aumentó.
Más de dos terceras partes de capitales impuestos en censos procedían de la Iglesia (el “beneficial eclesiástico”). En este sentido, las cosas habían cambiado, ya que anteriormente la participación de la Iglesia en los censos era menor. Pero ahora su capacidad de intervención estaba intacta, y la participación en censos era de sus actividades preferidas de inversión.
Algunos censos también eran de concejos que hipotecaban bienes propios y de rentas (desde hacía 100 años o incluso más), a pesar de que eran al quitar. Sin embargo, el nivel de endeudamiento fue menor que en el siglo XVI y XVII y, de hecho, debió ser en el XVII cuando se hicieron más significativas las consecuencias del empeño concejil.
Diversas eran las vías de deuda municipal: gastos del ayuntamiento (compra de trigo para el pósito, reparaciones de cierta necesidad, epidemias, fiestas, gastos de guerra, etc.). Pero la causa primera de todas fue el endeudamiento, que radicó en la necesidad de atender a las obligaciones fiscales de la corona. Es decir, la monarquía al requerir de ciudades y villas donativos y dinero extraordinario y/o implicarlos en la enajenación del patrimonio regio, empujaba a estas ciudades a comprar lo que se ponía en vente, induciendo a los endeudamientos municipales, lo que produjo efectos más nocivos incluso que los de la propia fiscalidad regia propiamente dicha.
La corona, al favorecer o provocar la participación de los concejos en un momento en que las necesidades económicas del país eran perentorias, alentó el endeudamiento municipal.
Los ayuntamientos que se vieron obligados a comprar, no tenían la liquidez necesaria para hacerlo, por lo que hubieron de acudir al crédito tomando de dinero a censo de algunos particulares. Lo que ocurría que no pocas veces los miembros de las oligarquías locales se endeudaban. A resulta de ello hipotecaron sus bienes y rentas. Pero no siendo suficientes estas entradas, hubieron de solicitar las más de las veces licencia o facultad para tomar patrimonios comunes del sistema comunitario o para imponer sisas, que el monarca, por supuesto concedía, incluyendo así una segunda fiscalidad que siendo en principio temporal, acababa por general como perpetua, de la que eran directamente responsables las autoridades locales que gestionaban los sistemas de endeudamiento.
Los derechos y bienes públicos concejiles acabaron pagando la factura, además de sufrir desaceptación vecinal, pues se vieron obligados a comprar numerosas tierras baldías.
La enajenación de algunas alcabalas o tercias, rentas en general, cuando eran adquiridas por los conejos, derivaron en situaciones de endeudamiento que afectaron a la propiedad municipal y supusieron nuevas cargas fiscales a la comunidad.
La interposición de demandas del fiscal general del Consejo de Hacienda contra algunos concejos de Andalucía que se negaban a pagar (por ejemplo la propia de ciudad de Granada fue un caso señalado) dio lugar a pleitos en que tenían que pagar cantidades a la Hacienda Regia, que lo hicieron, a censo, aunque enajenando bienes municipales o con cargas fiscales. Lo mismo ocurrió con la venta de oficios, que también se repetía sobre los patrimonios concejiles.
Las ventas de exenciones también supusieron unos endeudamientos: su propia jurisdicción y señorío. Muchos pueblos pertenecientes por ejemplo a encomiendas o cabildos catedralicios se incorporaron a la corona en el XVI y, viendo que podían ir a llegar a pasar a un señor, se compraron a sí mismos, endeudándose; otros en cambio compraron el privilegio de villazgo de por sí y para sí, y lo mismo ocurría con los pueblos dependientes de las Órdenes Militares.
Fue un hecho sumamente frecuente y normal que las localidades incurrieran sucesivamente en varias de estas vías de endeudamiento, llegando a una deuda insoportable, y los que consiguieron liberarse, no lo tuvieron fácil para librarse de todos estos censos y de estas cargas fiscales por la gran presión existente.
Muchas localidades a trancas y a barrancas lograron liquidar estas deudas. Otras, para desembarazarse de ello hubieron de vender lo que habían comprado. En este sentido, el pueblo de Redueña ocupa un caso señalado. Estudiado por Domínguez Ortiz, lo constituyó como el paradigma de esta situación en: “la ruina de la aldea castellana”. Hay que decir que en la Castilla de esa centuria hubo muchas otras Redueñas que se compraron a sí mismas para eximirse de a compra de un particular, pero que incapaces de hacer frente a este endeudamiento se vendieron a los pocos años a quien pudieron.
- Conclusiones
La amplia casuística que se puede manejar con las enajenaciones del patrimonio regio demuestra que la Monarquía abusó de la capacidad de crédito de las haciendas locales.
La corona para mantener su crédito y su política de gasto no tuvo más remedio que aplicar cargas extraordinarias.
La corona nunca puso demasiadas trabas para que los ayuntamientos expidieran su crédito si era ella la receptora de las sumas a crédito. No sólo la corona permitió la constitución de censos sino que concedió a las localidades todas las facultades que necesitaron para la enajenación de propiedades comunes, sisas, etc.
La monarquía alentó la detracción de capitales de la oferta monetaria: miles de maravedíes fueron sustraídos y dirigidos hacia fines no productivos, pudiendo haber tenido mejores empleos de los que en realidad tuvieron.
Dr. Alberto Marcos Martín (Catedrático de Historia Moderna, Universidad de Valladolid)
Felipe IV había resuelto valerse de la mitad de los censos de seglares que rentaran más de 30 ducados al año (introduciendo medias annatas, que ya se aplicaban en los juros y que producirían 470.000 ducados, que se sumarían a los 2.000.000 que se esperaban de las medias annatas de los juros). Sin embargo, el Consejo de Hacienda sabía que estas recaudaciones no eran más que teóricas, pues se tenía constancia de que más o menos la mitad de lo que se pretendía rendir se iría en gastos de gestión y recaudación.
Había pues una abundancia de censos, más para necesidades perentorias que para crear riqueza.
Los censos constituían una forma de comprar renta: de “vivir del cupón”, aspecto criticado por los arbitristas (especialmente por Martín de Cellorigo). Quien colocaba su dinero en censos y juros no invertía productivamente, no producía riqueza social. Sólo se compraba una renta anual de quien demandaba capital. Pero es que éstos, además, tampoco incluían estos dineros tomados a préstamo (ni nobles ni concejos ni campesinos). Así, los censos eran más un remedio para la necesidad, como ya hemos dicho.
Sin embargo, este comportamiento resultaba comprensible. Al fin y al cabo, el dinero se desvalorizaba por la inflación y había que reemplazarlo. Pero apenas había estímulos, lo que sumado a la baja productividad, además de la poca colaboración de la corona en las manufacturas, era algo más bien complicado.
A mediados del siglo XVII, la suma de los intereses de los censos corrientes en Castilla ascendían a 1302 millones de maravedíes (300 millones más que en 1638). Y los censos corrían a 2,25-2,5%. El dinero colocado en ellos era de 115-140 millones de ducados (un 115-160% más que en 1638), lo que indica que la inversión en censos (a pesar de su poca rentabilidad), aumentó.
Más de dos terceras partes de capitales impuestos en censos procedían de la Iglesia (el “beneficial eclesiástico”). En este sentido, las cosas habían cambiado, ya que anteriormente la participación de la Iglesia en los censos era menor. Pero ahora su capacidad de intervención estaba intacta, y la participación en censos era de sus actividades preferidas de inversión.
Algunos censos también eran de concejos que hipotecaban bienes propios y de rentas (desde hacía 100 años o incluso más), a pesar de que eran al quitar. Sin embargo, el nivel de endeudamiento fue menor que en el siglo XVI y XVII y, de hecho, debió ser en el XVII cuando se hicieron más significativas las consecuencias del empeño concejil.
Diversas eran las vías de deuda municipal: gastos del ayuntamiento (compra de trigo para el pósito, reparaciones de cierta necesidad, epidemias, fiestas, gastos de guerra, etc.). Pero la causa primera de todas fue el endeudamiento, que radicó en la necesidad de atender a las obligaciones fiscales de la corona. Es decir, la monarquía al requerir de ciudades y villas donativos y dinero extraordinario y/o implicarlos en la enajenación del patrimonio regio, empujaba a estas ciudades a comprar lo que se ponía en vente, induciendo a los endeudamientos municipales, lo que produjo efectos más nocivos incluso que los de la propia fiscalidad regia propiamente dicha.
La corona, al favorecer o provocar la participación de los concejos en un momento en que las necesidades económicas del país eran perentorias, alentó el endeudamiento municipal.
Los ayuntamientos que se vieron obligados a comprar, no tenían la liquidez necesaria para hacerlo, por lo que hubieron de acudir al crédito tomando de dinero a censo de algunos particulares. Lo que ocurría que no pocas veces los miembros de las oligarquías locales se endeudaban. A resulta de ello hipotecaron sus bienes y rentas. Pero no siendo suficientes estas entradas, hubieron de solicitar las más de las veces licencia o facultad para tomar patrimonios comunes del sistema comunitario o para imponer sisas, que el monarca, por supuesto concedía, incluyendo así una segunda fiscalidad que siendo en principio temporal, acababa por general como perpetua, de la que eran directamente responsables las autoridades locales que gestionaban los sistemas de endeudamiento.
Los derechos y bienes públicos concejiles acabaron pagando la factura, además de sufrir desaceptación vecinal, pues se vieron obligados a comprar numerosas tierras baldías.
La enajenación de algunas alcabalas o tercias, rentas en general, cuando eran adquiridas por los conejos, derivaron en situaciones de endeudamiento que afectaron a la propiedad municipal y supusieron nuevas cargas fiscales a la comunidad.
La interposición de demandas del fiscal general del Consejo de Hacienda contra algunos concejos de Andalucía que se negaban a pagar (por ejemplo la propia de ciudad de Granada fue un caso señalado) dio lugar a pleitos en que tenían que pagar cantidades a la Hacienda Regia, que lo hicieron, a censo, aunque enajenando bienes municipales o con cargas fiscales. Lo mismo ocurrió con la venta de oficios, que también se repetía sobre los patrimonios concejiles.
Las ventas de exenciones también supusieron unos endeudamientos: su propia jurisdicción y señorío. Muchos pueblos pertenecientes por ejemplo a encomiendas o cabildos catedralicios se incorporaron a la corona en el XVI y, viendo que podían ir a llegar a pasar a un señor, se compraron a sí mismos, endeudándose; otros en cambio compraron el privilegio de villazgo de por sí y para sí, y lo mismo ocurría con los pueblos dependientes de las Órdenes Militares.
Fue un hecho sumamente frecuente y normal que las localidades incurrieran sucesivamente en varias de estas vías de endeudamiento, llegando a una deuda insoportable, y los que consiguieron liberarse, no lo tuvieron fácil para librarse de todos estos censos y de estas cargas fiscales por la gran presión existente.
Muchas localidades a trancas y a barrancas lograron liquidar estas deudas. Otras, para desembarazarse de ello hubieron de vender lo que habían comprado. En este sentido, el pueblo de Redueña ocupa un caso señalado. Estudiado por Domínguez Ortiz, lo constituyó como el paradigma de esta situación en: “la ruina de la aldea castellana”. Hay que decir que en la Castilla de esa centuria hubo muchas otras Redueñas que se compraron a sí mismas para eximirse de a compra de un particular, pero que incapaces de hacer frente a este endeudamiento se vendieron a los pocos años a quien pudieron.
- Conclusiones
La amplia casuística que se puede manejar con las enajenaciones del patrimonio regio demuestra que la Monarquía abusó de la capacidad de crédito de las haciendas locales.
La corona para mantener su crédito y su política de gasto no tuvo más remedio que aplicar cargas extraordinarias.
La corona nunca puso demasiadas trabas para que los ayuntamientos expidieran su crédito si era ella la receptora de las sumas a crédito. No sólo la corona permitió la constitución de censos sino que concedió a las localidades todas las facultades que necesitaron para la enajenación de propiedades comunes, sisas, etc.
La monarquía alentó la detracción de capitales de la oferta monetaria: miles de maravedíes fueron sustraídos y dirigidos hacia fines no productivos, pudiendo haber tenido mejores empleos de los que en realidad tuvieron.
Rentas pontificias y banca italiana en la España del siglo XVI: una aproximación
Dr. Juan Manuel Carretero Zamora (Catedrático de Historia Moderna, Universidad Complutense de Madrid)
Las colectorías eran instituciones medievales que significaron un vehículo de fortificación del poder pontificio (económico y político)
A finales del siglo XVI la colectoría de España (así llamada), y que desde tiempos de Alejandro VI ocupaba toda Castilla, Navarra, Aragón, Granada y Canarias, llegó a tener una enorme entidad, aunque siguió manteniendo ciertos males crónicos propios de la Monarquía, como el caso de los enfrentamientos jurisdiccionales (con las rentas pontificas, la administración, etc.). Debido a esta importancia, Roma siempre intentó unificar la colectoría y el nuncio papal.
En la transición del siglo XV al XVI las colectorías vieron mermada su capacidad de gestión debido a la indefinición jurídica de los propios colectores, lo que supuso numerosos problemas entre Roma y España; además, el ineficaz sistema de las rentas (al no ser gestionadas por banqueros), y la inexistencia de cauces fluidos para traspasar el dinero hasta Roma, levantaba frecuentemente sospechas. Sin embargo todo esto cambios después el Saco de Roma en que, tras los pactos entre los Médici y Carlos V, se definió el ámbito espacial y su actuación en España. Por otro lado, también se determinaba exactamente las rentas pontificias, y también se consolidó la gestión y explotación de rentas por medio del arrendamiento. Además, se creó un sistema que aseguró la transferencia de capitales entre España y Roma (ya bien diseñado hacia 1506 – 1512)
Pero el gran desarrollo tuvo lugar entre 1530 y 1540 con la llegada a España de un nuevo colector y hombre de negocios, Giovanni Poggio, que logró administrarla magistralmente. Además, consiguió lo que tanto se quería por Roma desde hacía tiempo: vincular el cargo de colector con el de nuncio. Será a partir de este momento cuando la colectoría comience a asociarse con los banqueros italianos:
Los arrendamientos de las rentas caerán en manos italianas: genoveses, principalmente.
Una figura importante será la del depositario general: siempre un gran banquero para dar estabilidad económica introduciendo dinero cuando fuese necesario. Este depositario era el mayor banquero e Carlos V y que será Ansaldo de Grimaldi, depositario de Roma.
Grimaldi tenía una red de agentes, de lo mejor en España, que arrendaban las mejores vacantes. Además de otros tantos que practicaban el tema de las letras de cambio.
Los ingresos de esta época procedían del arrendamiento de vacantes episcopales, además de las annatas y del producto de censos, generalmente a crédito otorgados a monasterios benedictinos. Las renta que producían más dinero, desde el punto de vista de Roma, fueron las rentas y espolios. El monasterio de Moña, la colegiata de Valladolid, el monasterio de Silos, etc. son deudores de censos. También hay varios derechos de concesiones de bulas, aunque suelen tender a desaparecer. Y en relación con esto, las rentas más importantes para las colectorías serán las vacantes (el 75 – 80% del dinero).
Los diezmos eran administrados por un subcolector pero también se arrendaban por hombres vinculados a las ferias de cambio (Villalón, Medina de Rioseco, Medina del camoo, etc.). destacaron en este aspecto Pietro Benedicto de Bosiña y Galván Boniseñe, ambos vinculados con los genoveses. También alguno había español, como Fernando Gutiérrez, que llevó las vacantes de Palencia, así como el tema de las tercias reales y, en última instancia, estaba relación con el cardenal Cisneros.
Buscando por la red encontré este artículo donde, a grandes rasgos, el profesor Carretero Zamora expone lo mismo, aunque más desarrollado y con una serie de datos adjuntos interesantes. Os recomiendo que le echéis un vistazo.
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0325-11952003000100005
Por otro lado, añado también un resumen que ha hecho Sandra donde se destacan las ideas principales acerca de un capítulo realizado por Elena García Guerra llamado “Banca y crédito en España en los siglos XVI, XVII y XVIII” en La economía en la España Moderna, obra conjunta dirigida por Alfredo Alvar Ezquerra.
Dentro de la monarquía hispánica, podemos poner a Castilla como ejemplo de la concentración y especialización de la vida económica del siglo XVI: reserva de metales preciosos, expansión irregular de sus actividades productivas, necesidad de ingresos para financiar guerras y otras actividades, en ámbito privado y público, (tanto el Estado como los particulares se endeudaron y por ese motivo son igual de importantes las finanzas públicas y las privadas)
Dos fenómenos importantes que inciden sobre el crédito público y privado son: por un lado, la llegada de metales americanos que se usarán como materia prima de las relaciones financieras; y por otro lado, los fenómenos de revaluación (resello) y devaluación (baja) de los valores nominales de la moneda de cobre.
Las relaciones crediticias que se llevan a cabo en la monarquía hispánica se enmarcan en un contexto de crecimiento económico (ya desde mediados del siglo XV). Sin embargo, el continuado aumento del gasto público sin que se produjera un aumento similar de la cuantía impositiva y de la eficacia recaudadora, va a provocar el estancamiento económico.
Podemos distinguir cuatro diferentes circuitos de crédito (con su propio campo de actuación pero conectados entre sí) a principios del siglo XVI:
- El del crédito comercial ligado a las letras de cambio y a los hombres de negocio.
- El de los censos.
- El de la deuda pública cuyos títulos eran denominados juros.
- Una red mal conocida, relacionada con la compra de bienes de consumo, y a menudo, unida a la usura.
Según la autora, la deuda pública en los siglos XVI-XVII es responsable de parte de los males de la economía hispana (y más aún, la castellana) pues la suscripción de deuda pública originó capitales a la tesorería real que fueron usados por ésta para la financiación de conflictos externos, dirigiendo hacia otros territorios los aspectos positivos del gasto bélico (demanda de armamento, vestuario, alimentos…).
- Hombres de negocios y banqueros privados
Los banqueros privados eran nombrados por el rey (si ejercían en la Corte) o por regidores (si iban a actuar en las ciudades). Recibían en dinero en depósito de los particulares y de las ciudades provenientes de sus impuestos, abrían cuentas corrientes y utilizaban el sistema de transferencia o giro. Al principio su actividad estaba muy ligada a los comerciantes, pero a medida que la deuda a corto plazo se aumentó, algunos prestarán dinero a la corona.
Su principal instrumento financiero eran las letras de cambio. Éstas se convertirán en la forma más extendida del crédito a corto plazo.
Principalmente, ya en el siglo XVII, eran llamados “hombres de negocios” a los suministradores de crédito (entre otras actividades que ejercían) a la Hacienda Real. Eran comerciantes-banqueros que cuanto más potencial económico tenían, más se alejaban de la mercadería y se acercaban a la actividad financiera.
Para actuar como suministradores de crédito a la monarquía, las principales vías eran conseguir en primer lugar el estatuto de asentista o de factor.
Los factores solían ser descendientes de familias dedicadas en anteriores generaciones a la actividad bancaria. Se encargaban de efectuar las provisiones de dinero y el abastecimiento a la Armada Real (víveres, municiones), donde el rey y el Consejo de Hacienda dispusieran.
- Instituciones dedicadas al crédito
Al margen de la actividad de los particulares, existían instituciones de dependencia real, municipal o privada que se dedicaban al crédito.
Es el caso de las casas de moneda o cecas. Tenían la facultad para dar y recibir dinero en préstamo. Actuaban como centros suministradores de vellón que permitían a ciertos particulares la financiación de diversos negocios. Esos préstamos debían devolverse en plata.
Por otro lado los pósitos eran almacenes de grano que ofrecían a los agricultores préstamos a un bajo interés para paliar épocas de escasez. Aumentaban la oferta de cereales (o facilitaban semillas) buscando una disminución del precio para los consumidores.
Los Montes de Piedad se pueden definir como bolsas o almacenes públicos, los cuales prestaban sin usura dinero y otros bienes a los necesitados con garantía prendaria. Esto quiere decir que el contrato entre el Monte y el prestatario se aseguraba sobre una prenda o “pignus”. Así, ambas partes quedaban obligadas, una a devolver el dinero prestado, y la otra a conservar los “objetos pignorados”.
Al principio ofrecían préstamos sin intereses, aunque más tarde se estableció un interés bajo para los gastos de administración y gestión.
Responden a un intento de la Iglesia por luchar contra la usura.
- El fenómeno de las bancarrotas
Las bancarrotas eran las suspensiones de pagos que se producían cuando el nivel de endeudamiento del rey era tal, que los hombres de negocios se negaban a hacer más asientos.
Se producía entonces la declaración de suspensión de pagos que se realizaba por varios procedimientos:
- Decretoà se informaba de la suspensión de pago de los asentistas por haber llegado la Hacienda Real a una situación de colapso
- Junta del Decretoà formada por miembros del Consejo de Hacienda y por contadores que revisaban las cuentas de los asentistas. Se calculaba lo que se debía incluidos los intereses.
- Diputaciónà a través de ella se organizaban los hombres de negocios afectados. Entre la junta y la diputación solían desatarse numerosas polémicas
- “Medio General”à era el último paso. Se redactaba para reglamentar los sistemas financieros a través de los cuales el rey pagaría a los asentistas sus deudas.
Una idea importante a tener en cuenta sobre este fenómeno, es que el Estado no anulaba sus deudas por lo que los banqueros no perdían lo prestado. Era una operación que convertía la deuda flotante a corto plazo en deuda consolidada a largo plazo sobre futuros ingresos, mediante juros.
EL MERCANTILISMO
EL MERCANTILISMO
A la hora de abordar el mercantilismo, lo haremos desde tres perspectivas:
1- Características principales
2- Historiografía
3- Variantes nacionales (a saber, España, Inglaterra, Francia y Holanda)
El mercantilismo constituye el conjunto de escritos económicos junto a la propia práctica económica que se dan en Europa a partir de mediados del siglo XVI y las décadas centrales del XVII.
El estudio del mercantilismo se puede hacer desde:
1- El pensamiento económico.
2- Como prácticas tomadas.
Como se puede ver, por propia definición, el mercantilismo tiene una cronología ciertamente imprecisa
1. CARACTERÍSTICAS
El objetivo esencial de los mercantilistas era la constitución de un Estado económicamente rico y políticamente poderoso. Se trataba de una política a largo plazo, basada en el desarrollo de las fuerzas productivas y que tendía hacia el logro de un nacionalismo potente y celoso de su autonomía. En consecuencia, los mercantilistas lucharon dentro de sus respectivos países para eliminar las alcabalas, abolir los privilegios locales y el régimen anárquico en materia monetaria, fiscal y de pesas y medidas y, en general, en contra de todo proteccionismo local que significara trabas al libre juego de los intereses económicos.
Como principal característica del mercantilismo cabe destacar el intervencionismo del Estado relacionado con el objetivo principal: el apoyo a las monarquías autoritarias. Sin embargo, no se puede decir que hubiese un “mercantilismo general” para toda Europa, sino que difería en cada país y época, durante la cual sus más destacados representantes sustentaron diversidad de opiniones, llegando a defender aun principios contradictorios. Todo eso se explica atendiendo al hecho de que no había una teoría económica que diera unidad a sus ideas. Aumentó la confusión el hecho de que algunos escritores mercantilistas expusieran sus ideas de forma interesada, debido a que eran comerciantes o representaban intereses comerciales. Este apoyo dependía del tipo de organización económica pues, por ejemplo, en Holanda los escritos que tendrán lugar serán muy diferentes a los castellanos. Así, Hugo Grocio recogerá la doctrina formulada por la Escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Martín de Azpilcueta, Francisco Suárez...), debatiendo sobre la libertad del comercio y circulación en los mares frente a los monopolios no sólo ibéricos y frente a las dinámicas de guerra económica (embargos, corso, destrucción de recursos, bloqueos,...) o las políticas más proteccionistas.
Los mercantilistas pugnaron por la subordinación del individuo al Estado y porque los recursos se explotaran en beneficio de éste, partiendo del principio de que la actividad económica es un medio, no para satisfacer las necesidades, sino para fortalecer al Estado. Es decir, una expresión de su propio poder. Era, pues, una política que tendía a prestar apoyo a una filosofía nacionalista, interviniendo en la economía, y el principal medio para alcanzar esa meta era lograr una balanza comercial favorable (aspecto que veremos de estos días en adelante), cuyo saldo produjera los tan codiciados metales preciosos.
Esta intervención se desarrolla a partir de una legislación reguladora con dos objetivos:
1) mediar en el desarrollo económico, aumentando la riqueza y el poder las élites;
2) acrecentar el nivel de ingresos fiscales y no fiscales que recibía la monarquía.
El mercantilismo, por consiguiente, no se limita a la intervención y regulación de ciertos sectores de la economía con directa implicación en el sector público, sino que requiere para llevarla adelante la participación activa de agentes privados a los que incorpora en un proyecto común a través de monopolios legales en forma de privilegios, de manera que él también puede contemplarse como una alianza de poder entre Monarquía y un selecto grupo de capitalistas-nobleza-comerciantes. Esas patentes de monopolio venidas u otorgadas por el Estado a grupos de mercaderes dispuestos a coadyuntar a los fines económicos de la Monarquía, en la recaudación de impuestos, la financiación de la guerra o en la acumulación del tesoro en cuando incremento de las reservas metálicas, constituían el meollo del sistema de privilegio monopolista estatal. La Monarquía se apoyaba sobre esta dinámica que, en fin, aumentaba a su vez la riqueza y poder de las élites.
El mercantilismo apoyará políticas proteccionistas mediante la imposición de aranceles; además de reglamentar el comercio exterior, establecer el monopolio de éste e implantar una política colonial restrictiva, ya que del comercio interno sólo se obtenía un simple intercambio de la riqueza del país, mientras que el exterior añadía una cantidad mera de riqueza al mismo, se obtenía saldo favorable. Por otro lado, el centro de atención del mercantilismo es el Estado y no la religión y la moral, como había sucedido durante la Edad Media, ni el individuo y la mercancía, como sucedería años después con la escuela clásica, sino los metales preciosos, oro y plata.
Aunque quizá esté adelantando acontecimientos, pues aún no hemos llegado al tema de la balanza comercial, cabría decir que los mercantilistas abogaban por una población numerosa, laboriosa y con bajos salarios, porque así el país en cuestión obtenía una producción manufacturera importante, lograda a bajos costos que facilitara la exportación de artículos con cierta densidad económica. En otras palabras: aumento de la población y bajos salarios se traducían en una producción abundante y barata que proporcionaba capacidad competitiva en los mercados exteriores.
Bibliografía utilizada:
Blavia Esquirol, A.: Evolución del pensamiento político. Equinoccio. Maracay, 1992.
Miguel Bernal, A.: España, proyecto inacabado. Costes-beneficios del Imperio. Ambos Mundos. Madrid, 2005.
Termes, R.: Antropología del capitalismo. Rialp. Madrid, 2004.
Torres Gaytán, R.: Teoría del comercio internacional. Siglo XXI. México, 2005.
VV.AA.: Prácticas de Historia Económica y mundial y de España. Servicio de publicaciones de la URJC. Madrid, 2001.
A la hora de abordar el mercantilismo, lo haremos desde tres perspectivas:
1- Características principales
2- Historiografía
3- Variantes nacionales (a saber, España, Inglaterra, Francia y Holanda)
El mercantilismo constituye el conjunto de escritos económicos junto a la propia práctica económica que se dan en Europa a partir de mediados del siglo XVI y las décadas centrales del XVII.
El estudio del mercantilismo se puede hacer desde:
1- El pensamiento económico.
2- Como prácticas tomadas.
Como se puede ver, por propia definición, el mercantilismo tiene una cronología ciertamente imprecisa
1. CARACTERÍSTICAS
El objetivo esencial de los mercantilistas era la constitución de un Estado económicamente rico y políticamente poderoso. Se trataba de una política a largo plazo, basada en el desarrollo de las fuerzas productivas y que tendía hacia el logro de un nacionalismo potente y celoso de su autonomía. En consecuencia, los mercantilistas lucharon dentro de sus respectivos países para eliminar las alcabalas, abolir los privilegios locales y el régimen anárquico en materia monetaria, fiscal y de pesas y medidas y, en general, en contra de todo proteccionismo local que significara trabas al libre juego de los intereses económicos.
Como principal característica del mercantilismo cabe destacar el intervencionismo del Estado relacionado con el objetivo principal: el apoyo a las monarquías autoritarias. Sin embargo, no se puede decir que hubiese un “mercantilismo general” para toda Europa, sino que difería en cada país y época, durante la cual sus más destacados representantes sustentaron diversidad de opiniones, llegando a defender aun principios contradictorios. Todo eso se explica atendiendo al hecho de que no había una teoría económica que diera unidad a sus ideas. Aumentó la confusión el hecho de que algunos escritores mercantilistas expusieran sus ideas de forma interesada, debido a que eran comerciantes o representaban intereses comerciales. Este apoyo dependía del tipo de organización económica pues, por ejemplo, en Holanda los escritos que tendrán lugar serán muy diferentes a los castellanos. Así, Hugo Grocio recogerá la doctrina formulada por la Escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Martín de Azpilcueta, Francisco Suárez...), debatiendo sobre la libertad del comercio y circulación en los mares frente a los monopolios no sólo ibéricos y frente a las dinámicas de guerra económica (embargos, corso, destrucción de recursos, bloqueos,...) o las políticas más proteccionistas.
Los mercantilistas pugnaron por la subordinación del individuo al Estado y porque los recursos se explotaran en beneficio de éste, partiendo del principio de que la actividad económica es un medio, no para satisfacer las necesidades, sino para fortalecer al Estado. Es decir, una expresión de su propio poder. Era, pues, una política que tendía a prestar apoyo a una filosofía nacionalista, interviniendo en la economía, y el principal medio para alcanzar esa meta era lograr una balanza comercial favorable (aspecto que veremos de estos días en adelante), cuyo saldo produjera los tan codiciados metales preciosos.
Esta intervención se desarrolla a partir de una legislación reguladora con dos objetivos:
1) mediar en el desarrollo económico, aumentando la riqueza y el poder las élites;
2) acrecentar el nivel de ingresos fiscales y no fiscales que recibía la monarquía.
El mercantilismo, por consiguiente, no se limita a la intervención y regulación de ciertos sectores de la economía con directa implicación en el sector público, sino que requiere para llevarla adelante la participación activa de agentes privados a los que incorpora en un proyecto común a través de monopolios legales en forma de privilegios, de manera que él también puede contemplarse como una alianza de poder entre Monarquía y un selecto grupo de capitalistas-nobleza-comerciantes. Esas patentes de monopolio venidas u otorgadas por el Estado a grupos de mercaderes dispuestos a coadyuntar a los fines económicos de la Monarquía, en la recaudación de impuestos, la financiación de la guerra o en la acumulación del tesoro en cuando incremento de las reservas metálicas, constituían el meollo del sistema de privilegio monopolista estatal. La Monarquía se apoyaba sobre esta dinámica que, en fin, aumentaba a su vez la riqueza y poder de las élites.
El mercantilismo apoyará políticas proteccionistas mediante la imposición de aranceles; además de reglamentar el comercio exterior, establecer el monopolio de éste e implantar una política colonial restrictiva, ya que del comercio interno sólo se obtenía un simple intercambio de la riqueza del país, mientras que el exterior añadía una cantidad mera de riqueza al mismo, se obtenía saldo favorable. Por otro lado, el centro de atención del mercantilismo es el Estado y no la religión y la moral, como había sucedido durante la Edad Media, ni el individuo y la mercancía, como sucedería años después con la escuela clásica, sino los metales preciosos, oro y plata.
Aunque quizá esté adelantando acontecimientos, pues aún no hemos llegado al tema de la balanza comercial, cabría decir que los mercantilistas abogaban por una población numerosa, laboriosa y con bajos salarios, porque así el país en cuestión obtenía una producción manufacturera importante, lograda a bajos costos que facilitara la exportación de artículos con cierta densidad económica. En otras palabras: aumento de la población y bajos salarios se traducían en una producción abundante y barata que proporcionaba capacidad competitiva en los mercados exteriores.
Bibliografía utilizada:
Blavia Esquirol, A.: Evolución del pensamiento político. Equinoccio. Maracay, 1992.
Miguel Bernal, A.: España, proyecto inacabado. Costes-beneficios del Imperio. Ambos Mundos. Madrid, 2005.
Termes, R.: Antropología del capitalismo. Rialp. Madrid, 2004.
Torres Gaytán, R.: Teoría del comercio internacional. Siglo XXI. México, 2005.
VV.AA.: Prácticas de Historia Económica y mundial y de España. Servicio de publicaciones de la URJC. Madrid, 2001.
También os recomiendo echar un vistazo a una pequeña entrada que colgué hace poco en la que hago un breve repaso del mercantilismo español.
domingo, 8 de noviembre de 2009
El Papa y y la política de la deuda pública en la Edad Moderna
La organización de los sistemas de deuda pública en Europa tienen un elemento en común, la necesidad de hacer frente al creciente desequilibrio entre ingresos y gastos en las cuentas estatales.
La deuda podía asumir la forma de deuda “fluctuante”, originada por los préstamos a corto plazo y con un alto tipo de interés, o de deuda consolidada, con un menor tipo de interés y un plazo de amortización muy largo o indeterminado.
En Italia, las plazas financieras más conocidas eran las de Roma y Génova. Esta última, por su peculiaridad de ciudad autónoma, era también conocida por sus inversiones en el extranjero.
La plaza romana representaba un ejemplo de eficiencia en la gestión de la deuda. Las causas que determinaron este éxito hay que buscarlas en la fiabilidad que el órgano principal de gobierno, la Cámara Apostólica, había sabido mantener a lo largo de los siglos. Esto era debido, principalmente, al poco riesgo y a la estable remuneración del capital respecto a otras inversiones, realmente mucho más marginales en aquel territorio. Además, una administración eficaz y bien definida, representaba una garantía añadida para el suscriptor.
*Aspectos institucionales y organizativos de la gestión del “monte”
En el Estado romano eran dos las formas de gestionar la deuda. La primera, la más difundida y utilizada fue la del sistema de los “montes” (se llamaba así a la recogida de dinero entre varias personas para ejercer una actividad comercial o para realizar actividades de asistencia.); la segunda, la de los oficios vacantes. Estos estaban constituidos por cargos y oficios puestos en venta por la Curia. Quien adquiría uno de estos oficios, lo ejercía hasta su muerte y percibía todas las retribuciones y beneficios a él inherentes. Pero precisamente, el sistema de los “montes”, que apareció después, restó importancia a los oficios que, sin embargo, continuaron siendo vendidos marginalmente hasta que se liquidaron definitivamente por León XIII en 1898.
Monte derivaba del latín mons y además de significar “montaña”, tenía la acepción de masa, montón, cúmulo; precisamente, ése era su significado; efectivamente, la interpretación habitual de monte como deuda venía a representar una masa de monedas prestadas a un organismo para alcanzar determinados fines. Existían diferentes tipos de monte. El primero, se basaba en el tipo de bienes que se daban como garantía de los mismos montes: así los Montes Camerales, tomaban el nombre de la Reverenda Cámara Apostólica. Por otro lado, estaban los Montes Baronales, creados a beneficio de las familias nobles. Éstos recibieron una buena acogida por parte de los ahorradores hasta la segunda mitad del siglo XVI. A partir de ese momento, las cotizaciones de los títulos comenzaron a caer (y, por lo tanto, los rendimientos de los suscriptores) por las dificultades de aquellas familias para saldar regularmente sus obligaciones financieras. Después, estaban los Montes Comunitarios, que impulsaban las administraciones municipales. Tales montes presentan características diferentes, pero esencialmente mantienen los aspectos organizativos de este tipo de préstamos, desde el tipo de interés a la moneda de cuenta utilizada. El capital recogido en los montes de Bolonia y Ferrara era notable, hasta tal punto de ser considerados como la segunda y tercera comunidad del Estado, respectivamente, por la amplitud y gestión administrativa de la deuda. Formaban parte de esta categoría de montes los préstamos suscritos a favor de la ciudad de Roma.
Un segundo tipo de monte, derivaba de la razón que había llevado a su institución o al nombre del papa que había proveído a su creación o de su duración; finalmente, también se distinguían en función de su mayor o menor tiempo para su redención. Esta cláusula algunas veces no venía siquiera especificada; en este caso, se dejaba a los administradores de la deuda un enorme margen de autonomía para establecer el plazo de amortización.
Los montes y en consecuencia, los títulos emitidos, que se conocían como “luoghi di monte” para indicar una fracción de ellos, podían ser vacantes: en este caso, los títulos estaban ligados a la vida del suscriptor por lo que en el momento de la muerte no podían ser transmitidos a los herederos, por tanto, el “luogo di monte” volvía con titularidad plena a la Cámara Apostólica que lo restituía al mercado ofreciéndolo al precio corriente; de esta forma conseguía un beneficio neto. Además, dada su condición de negociables, los títulos podían pasar de mano en mano pero el último comprador, a su muerte, perdía la titularidad. Los títulos no vacantes podían transmitirse a los herederos. Estas condiciones, naturalmente, se reflejaban en los tipos de interés nominal que eran más altos en el caso de los títulos vacantes puesto que el riesgo era mayor.
Los “luoghi di monte” representaban la inversión más segura para el ahorrador y, por tanto, la gestión de la deuda debía hacerse de manera tranquilizadora, con la vista en conseguir medios financieros para aumentar los ingresos de cara a los gastos cada vez más crecientes.
El interés nominal sobre los “montes” no vacantes (fijado en el chirografo que instituía el “monte” e interdependiente de los movimientos del mercado secundario) de un 10% inicial pasó al 7% en los años sesenta del siglo XVI hasta colocarse alrededor del 6% a finales de siglo para después bajar al 4% en el periodo 1656-1683 y al 3% entre 1685 y todo el siglo XVIII. En tiempos del papa Alejandro VII (1655-1667) se intentaron subsanar las finanzas conteniendo la deuda mediante una primera transformación de diferentes “montes” vacantes en no vacantes, reduciéndoles precisamente también los intereses nominales. A los “montistas” se les dio la facultad de escoger entre suscribir el nuevo “monte” (cada viejo título se igualaba con título y medio del nuevo) o ser reembolsados a la par por los títulos poseídos. La obra de contención de los gastos de la deuda que absorbían más del 50% de los ingresos de las cuentas de la Cámara continuó mediante la extinción de los viejos “montes” no vacantes que rendían el 4% y la creación de otros nuevos a un tipo de interés inferior, dejando a los “montistas” la facultad de ser reembolsados a la par (es decir, 100 escudos por título) o de transferir la titularidad sobre los nuevos “montes” con un interés del 3%. Éste era el interés corriente para todos los “luoghi di monte” desde que Inocencio XI, en 1683, puso en marcha una compleja operación de unificación y de conversión con el objetivo -conseguido sólo en parte-, de unificar la deuda pública. Por supuesto, esta maniobra de aligerar la deuda vino acompañada de ahorros en el gasto obtenidos mediante recortes de los oficios vacantes y reducción de los gastos de personal y de naturaleza varia. Los “luoghi di monte” tenían un precio de emisión igual a 100 escudos, pero al ser títulos que se podían transferir libremente, tenían un mercado creciente y era fácil darles salida incluso a un precio superior al de la emisión (naturalmente, el órgano emisor cobraba sólo el valor nominal del título).
En el vértice de la administración estaban el papa –quien autorizaba con chirografo pontificio la institución de un nuevo “monte”-, y la Cámara Apostólica la cual -en la figura del tesorero general que autorizaba la mayor parte de las actuaciones de los diferentes secretarios- tenía la responsabilidad de coordinar las diferentes estructuras administrativas y -mediante el depositario general- de controlar y gestionar el movimiento financiero y de caja.
La gestión del “monte”, que tenía su sede administrativa en Roma, se efectuaba a través de cuatro oficinas: la secretaría del monte (segreteria), la contaduría del monte (computisteria del monte), unida en 1732 a la contaduría general (computistería generale) y la depositaría (depositeria).
La secretaría llevaba a cabo desde siempre la efectiva administración y en su vértice se situaba un administrador.
La contaduría del monte era la oficina en la que se llevaba la contabilidad: efectivamente, entre sus varias funciones la principal era la de redactar la lista completa y actualizada de los suscriptores que se pasaba al depositario, con la indicación de los títulos que pertenecían a cada acreedor y haciendo también útiles listas alfabéticas.
La contaduría general regulaba todos los gastos del estado y sobre la base de los datos que le proporcionaba la contaduría del monte, reagrupaba las partidas de cada uno de los “montes”. Mediante el motu proprio de 16 de enero de 1732, Clemente XII Corsini unió la contaduría general con la de los montes. La contaduría general fue objeto de reformas que modificaron su estructura organizativa y administrativa. Entre ellas, la del papa Próspero Lambertini, Benedicto XIV, del año 1746, sancionada con la constitución Apostolicae Sedis Aerarius, que respondía a la exigencia de tener un mayor control contable a través también de la activación de un proceso de centralización común ya a todos los Estados europeos.
Las funciones principales de la depositaría consistían en pagar los intereses a los plazos prefijados y en la devolución de los títulos extractados: podría decirse que era la caja para los pagos.
* La posibilidad de negociar los “luoghi di monte”
La comercialización, el paso de los títulos de un poseedor a otro incidía en su precio, el cual variaba según la oferta y la demanda que hubiera en el mercado secundario. Éstas no eran insensibles, obviamente, a la naturaleza y a los derechos que llevaban incorporados los títulos. La financiación de los gastos por causas contingentes como guerras, carestías, obras públicas se efectuaba cada vez más a través de la creación de deuda pública.
La emisión de los “luoghi” la gestionaba la Cámara Apostólica, otras veces la emisión total de títulos de un “monte” –sobre todo en el siglo XVI y en el XVIII- la adquiría un financiero, a menudo de nacionalidad extranjera, como sucedió en el caso de los mercaderes florentinos Marcantonio Ubaldini y compañía que compraron el Monte Sisto vacante; aún más, sobre todo en el siglo XVIII, eran el Monte de Piedad y el Banco de Santo Spirito quienes se ocupaban de la cesión de los títulos. Si en un principio, la institución del sistema de los “montes” pudo ser considerada como una operación extraordinaria para encontrar capitales de modo inmediato, a largo plazo representó casi un ingreso ordinario por expresa voluntad política de los pontífices.
La emisión de títulos de deuda fue muy notable a lo largo de los siglos XVI y XVII; en cuanto al siglo XVIII, experimentó una leve caída en la primera mitad, para después crecer nuevamente a finales. De hecho, Pío VI (1775-1799) acudió repetidamente a este recurso de la deuda pública para realizar sus proyectos reformistas dirigidos a impulsar la economía pontificia; la curva ascendente de la deuda se interrumpió con la llegada de la República jacobina en 1798.
El gran éxito obtenido por este servicio financiero en el Estado de la Iglesia, a pesar de los gravámenes, se debía al hecho de que se diferenciaba de los anteriores sistemas ligados a la coerción de los contribuyentes y a la relación con los banqueros, al insertarse en el mercado financiero en directa competencia con otras formas de empleo del dinero. Era una manera de dirigirse directamente al mercado de los capitales donde imperaba el dominio de los préstamos entre particulares. Además la renta financiera estaba revestida de una importancia social en cuanto que los capitales obtenidos con las suscripciones y utilizados a menudo en asistencia, directa o indirecta, y en obras públicas se diseminaba por los recovecos del tejido urbano y representaba una inversión política encaminada a mantener la seguridad de la sociedad.
Por parte de los órganos de gobierno se incidía en el aspecto de las garantías de los “montes”, o de la dote, para infundir confianza en los inversores: se hacía todo lo posible para que fuese segura para el suscriptor la posibilidad de cobrar con regularidad los intereses y de obtener la devolución del capital.
Precisamente porque la retribución regular de los intereses sobre los títulos suscritos se consideraba algo necesario para que la Cámara Apostólica mantuviese una buena imagen de seguridad y estabilidad, al pago de los intereses se destinaban los “ingresos ciertos” o ingresos de naturaleza fiscal y patrimonial. La regularidad de los pagos era fundamental para infundir seguridad y permitir a los órganos de gobierno contar en cualquier momento con un número abundante de operadores dispuestos a suscribir títulos públicos. Si lo comparamos con Europa, un ejemplo cercano al romano es el holandés; la intervención de la Banca de Amsterdam había atraído fondos exteriores, dado estabilidad a las operaciones y proporcionado a los mismos mercaderes depósitos de segura fiabilidad. Particularmente en Holanda, la confianza en la honradez de la administración financiera fue sólida hasta los últimos años del siglo XVIII, cuando el secreto que rodeaba las finanzas públicas hizo sospechar que se escondían fenómenos de corrupción.
También la minuciosa reglamentación, respecto al ritual administrativo, era un testimonio concreto, un factor más de la tutela sobre los ahorradores.
Además del beneficio económico, al suscriptor se le garantizaban una serie de ventajas colaterales, sobre todo a través del mercado secundario, muy consolidado. Los títulos eran fácilmente negociables y esto aseguraba al suscriptor que si tenía necesidad de liquidez inmediata, podía deshacerse rápidamente de ellos. La misma Cámara Apostólica invitaba a los “montistas” a reinvertir los capitales obtenidos por títulos de otros “montes” y ella misma inducía a esta práctica suscribiendo títulos a su nombre mediante el tesorero general.
Cualquiera podía adquirir o poseer títulos: hombres de iglesia, órdenes religiosas, menores, mujeres, discapacitados o extranjeros. Por otro lado, los titulares de los “luoghi” estaban exentos del secuestro y de la confiscación de los títulos aunque hubieran delinquido, excepto en los delitos de lesa majestad o herejía. De este modo, la creciente demanda estatal de crédito era cubierta por préstamos de instituciones o particulares.
Muy amplia era la multitud de ahorradores de clase media que invertían modestos capitales en la adquisición de títulos o de partes de títulos (spezzatura) en los que éstos se dividían; por tanto, gran parte de la población podía convertirse en propietaria de deuda pública; numeroso era, de hecho, el ejército de pequeños ahorradores que percibían un interés en función de la porción del título que poseyeran.
En el estado actual de las investigaciones, la erección de montes se remonta a Clemente VII, elegido en el año 1523 y de origen florentino. El primer “monte” lo instauró en 1526 para ayudar al emperador Carlos V contra Solimán II, emperador de los turcos. De esta forma, el pontífice endeudó los dominios de la Santa Sede emitiendo al mercado 2.000 títulos de dicho “monte”. Siguiendo su ejemplo, Pablo IV (1555-1559) con el objetivo de ayudar al rey de Francia contra los heréticos hugonotes, erigió el Monte Pio, el Monte Soccorso primo, Soccorso secondo y el de Aviñón, con una emisión total de 10.000 títulos que equivalían a un millón de escudos de deuda. Estos montes se hicieron confluir, después de la reforma de Alejandro VII, en el Monte Recuperato o Ristorato.
En 1571, Pío V aumentó el número de títulos del Monte delle Fede, del Monte Novennale, erigió otros nuevos como el de las Leggi o el de Religione, equivalentes a dos millones de escudos, además de adoptar otras medidas de naturaleza financiera como consecuencia de su alianza con el rey de España y los venecianos quienes lucharon contra Selim II en la batalla de Lepanto.
También Sixto V (1585-1590) contribuyó a defender la “causa católica” ayudando a Felipe II contra Inglaterra para liberar a María Estuardo, prima católica de Isabel I. Con este propósito, se instituyó el Monte San Bonaventura por un total de 300.000 escudos y con 3.000 títulos.
Posteriormente, otros “montes” se crearon para expediciones militares, para construir fortificaciones, para las obras de los puertos de Ancona y Civitavecchia y de su arsenal; se conoce un Monte Difesa vacante instituido en 1663 y extinguido en 1664, así como otro llamado Difesa non vacante que estuvo vigente entre 1663 y 1685 o el Difesa vacante de nueva erección creado en 1708 por Clemente XI para afrontar gastos militares extraordinarios con ocasión de la Guerra de Sucesión. En total, el historiador Marchetti ha calculado que a la defensa de la causa católica se destinaron alrededor de 19.632.143 escudos entre 1542 y 1716, sobre todo gracias a la deuda pública.
El año 1526 nos representó un hito particularmente significativo pues la costumbre de recurrir al ahorro privado era antigua, bajo varias formas tanto a nivel central como periférico. La existencia misma de los “montes” generados por la venta a particulares de los títulos de la deuda es anterior a esa fecha. Es precisamente la documentación relativa a la financiación pública de las restauraciones de los puertos fortaleza la que nos permite situar con una mejor perspectiva histórica el suceso de 1526. En concreto, hablamos del texto de una bula de Nicolás V (el documento está fechado el 29 de julio de 1454) por la que el papa autorizaba y confirmaba una iniciativa que el grupo dirigente del consejo municipal de Ancona había ya deliberado. El papa estaba de acuerdo con la necesidad, sentida por la ciudad, de potenciar las estructuras mercantiles y defensivas del puerto de Ancona, el cual se encontraba en decadencia debido tanto a las incursiones de los piratas como a la ocupación turca del Mediterráneo oriental, agravada desde la caída de Constantinopla, acaecida un año antes. Este acontecimiento había interrumpido o dificultado el tráfico con Oriente y en este sentido, Ancona era uno de los puertos más afectados.
El papa, por tanto, aprobaba la iniciativa del consejo de la ciudad de recoger “unum montem publicum Magne quantitatis pecunie” y de asignar a la “goberrnationem” del monte algunos oficiales de la ciudad con el poder para ofrecer los títulos del “monte” al ahorro privado al mejor precio posible y con un interés anual del 5% sobre el valor nominal de los títulos vendidos. Ésta es seguramente una de las primeras ocasiones en la que se encuentra en un documento financiero del Estado de la Iglesia el término “monte” para indicar la recogida pública del ahorro privado, si bien el documento hace referencia a un “monte” aún más antiguo, pero no muy especificado, del que no se conocen más datos. El hecho de que se trate de una verdadera operación de creación de la deuda pública lo prueban también posteriores justificaciones que el papa confiere a la operación; concretamente, él observaba que quienes hubieran comprado títulos habrían obtenido un “lucrum”, es decir, un beneficio, ciertamente inferior al generado por la actividad mercantil pero habrían hecho un gran bien a la colectividad y habría sido posible proporcionar una renta anual a diferentes sujetos económicos considerados débiles. Naturalmente, el papa olvidaba añadir que en caso de caída de los niveles del beneficio mercantil, la deuda pública se hubiera convertido en la primera inversión refugio precisamente para las clases económicamente dominantes.
La aplicación de los reglamentos generales de la deuda pública pontificia a las intervenciones sobre las obras públicas gestionadas por las instituciones locales no presentaba especiales dificultades. Como ya sucedía en el terreno fiscal, también en este ámbito la institución local no era plenamente autónoma en sus decisiones, existía un dirigismo y control previo por parte de las autoridades centrales.
Las instituciones locales interesadas en la localización de capitales podían acudir a dos formas principales de captación: o se insertaban en un “monte” de la Cámara central beneficiándose de una parte alícuota de lo recogido, que se adjudicaba a su cargo en lo que respectaba al pago de los intereses; o pedían autorización para crear un propio y específico “monte” cuya gestión, desde la captación hasta la extinción, permanecía en sus manos, si bien bajo el control general de los organismos centrales. El significado económico último de similares operaciones era la utilización del rendimiento de algunos impuestos para el pago de los intereses y para la restitución, cuando fuese necesario, del capital. La utilización de dicho rendimiento debía autorizarla la autoridad financiera central pues podría tratarse de impuestos destinados a la Cámara Apostólica y, de todas formas, debía pasar por el filtro de las autoridades locales. La imposición que se utilizaba para estos fines podía ser antigua o crearse ex profeso.
La deuda podía asumir la forma de deuda “fluctuante”, originada por los préstamos a corto plazo y con un alto tipo de interés, o de deuda consolidada, con un menor tipo de interés y un plazo de amortización muy largo o indeterminado.
En Italia, las plazas financieras más conocidas eran las de Roma y Génova. Esta última, por su peculiaridad de ciudad autónoma, era también conocida por sus inversiones en el extranjero.
La plaza romana representaba un ejemplo de eficiencia en la gestión de la deuda. Las causas que determinaron este éxito hay que buscarlas en la fiabilidad que el órgano principal de gobierno, la Cámara Apostólica, había sabido mantener a lo largo de los siglos. Esto era debido, principalmente, al poco riesgo y a la estable remuneración del capital respecto a otras inversiones, realmente mucho más marginales en aquel territorio. Además, una administración eficaz y bien definida, representaba una garantía añadida para el suscriptor.
*Aspectos institucionales y organizativos de la gestión del “monte”
En el Estado romano eran dos las formas de gestionar la deuda. La primera, la más difundida y utilizada fue la del sistema de los “montes” (se llamaba así a la recogida de dinero entre varias personas para ejercer una actividad comercial o para realizar actividades de asistencia.); la segunda, la de los oficios vacantes. Estos estaban constituidos por cargos y oficios puestos en venta por la Curia. Quien adquiría uno de estos oficios, lo ejercía hasta su muerte y percibía todas las retribuciones y beneficios a él inherentes. Pero precisamente, el sistema de los “montes”, que apareció después, restó importancia a los oficios que, sin embargo, continuaron siendo vendidos marginalmente hasta que se liquidaron definitivamente por León XIII en 1898.
Monte derivaba del latín mons y además de significar “montaña”, tenía la acepción de masa, montón, cúmulo; precisamente, ése era su significado; efectivamente, la interpretación habitual de monte como deuda venía a representar una masa de monedas prestadas a un organismo para alcanzar determinados fines. Existían diferentes tipos de monte. El primero, se basaba en el tipo de bienes que se daban como garantía de los mismos montes: así los Montes Camerales, tomaban el nombre de la Reverenda Cámara Apostólica. Por otro lado, estaban los Montes Baronales, creados a beneficio de las familias nobles. Éstos recibieron una buena acogida por parte de los ahorradores hasta la segunda mitad del siglo XVI. A partir de ese momento, las cotizaciones de los títulos comenzaron a caer (y, por lo tanto, los rendimientos de los suscriptores) por las dificultades de aquellas familias para saldar regularmente sus obligaciones financieras. Después, estaban los Montes Comunitarios, que impulsaban las administraciones municipales. Tales montes presentan características diferentes, pero esencialmente mantienen los aspectos organizativos de este tipo de préstamos, desde el tipo de interés a la moneda de cuenta utilizada. El capital recogido en los montes de Bolonia y Ferrara era notable, hasta tal punto de ser considerados como la segunda y tercera comunidad del Estado, respectivamente, por la amplitud y gestión administrativa de la deuda. Formaban parte de esta categoría de montes los préstamos suscritos a favor de la ciudad de Roma.
Un segundo tipo de monte, derivaba de la razón que había llevado a su institución o al nombre del papa que había proveído a su creación o de su duración; finalmente, también se distinguían en función de su mayor o menor tiempo para su redención. Esta cláusula algunas veces no venía siquiera especificada; en este caso, se dejaba a los administradores de la deuda un enorme margen de autonomía para establecer el plazo de amortización.
Los montes y en consecuencia, los títulos emitidos, que se conocían como “luoghi di monte” para indicar una fracción de ellos, podían ser vacantes: en este caso, los títulos estaban ligados a la vida del suscriptor por lo que en el momento de la muerte no podían ser transmitidos a los herederos, por tanto, el “luogo di monte” volvía con titularidad plena a la Cámara Apostólica que lo restituía al mercado ofreciéndolo al precio corriente; de esta forma conseguía un beneficio neto. Además, dada su condición de negociables, los títulos podían pasar de mano en mano pero el último comprador, a su muerte, perdía la titularidad. Los títulos no vacantes podían transmitirse a los herederos. Estas condiciones, naturalmente, se reflejaban en los tipos de interés nominal que eran más altos en el caso de los títulos vacantes puesto que el riesgo era mayor.
Los “luoghi di monte” representaban la inversión más segura para el ahorrador y, por tanto, la gestión de la deuda debía hacerse de manera tranquilizadora, con la vista en conseguir medios financieros para aumentar los ingresos de cara a los gastos cada vez más crecientes.
El interés nominal sobre los “montes” no vacantes (fijado en el chirografo que instituía el “monte” e interdependiente de los movimientos del mercado secundario) de un 10% inicial pasó al 7% en los años sesenta del siglo XVI hasta colocarse alrededor del 6% a finales de siglo para después bajar al 4% en el periodo 1656-1683 y al 3% entre 1685 y todo el siglo XVIII. En tiempos del papa Alejandro VII (1655-1667) se intentaron subsanar las finanzas conteniendo la deuda mediante una primera transformación de diferentes “montes” vacantes en no vacantes, reduciéndoles precisamente también los intereses nominales. A los “montistas” se les dio la facultad de escoger entre suscribir el nuevo “monte” (cada viejo título se igualaba con título y medio del nuevo) o ser reembolsados a la par por los títulos poseídos. La obra de contención de los gastos de la deuda que absorbían más del 50% de los ingresos de las cuentas de la Cámara continuó mediante la extinción de los viejos “montes” no vacantes que rendían el 4% y la creación de otros nuevos a un tipo de interés inferior, dejando a los “montistas” la facultad de ser reembolsados a la par (es decir, 100 escudos por título) o de transferir la titularidad sobre los nuevos “montes” con un interés del 3%. Éste era el interés corriente para todos los “luoghi di monte” desde que Inocencio XI, en 1683, puso en marcha una compleja operación de unificación y de conversión con el objetivo -conseguido sólo en parte-, de unificar la deuda pública. Por supuesto, esta maniobra de aligerar la deuda vino acompañada de ahorros en el gasto obtenidos mediante recortes de los oficios vacantes y reducción de los gastos de personal y de naturaleza varia. Los “luoghi di monte” tenían un precio de emisión igual a 100 escudos, pero al ser títulos que se podían transferir libremente, tenían un mercado creciente y era fácil darles salida incluso a un precio superior al de la emisión (naturalmente, el órgano emisor cobraba sólo el valor nominal del título).
En el vértice de la administración estaban el papa –quien autorizaba con chirografo pontificio la institución de un nuevo “monte”-, y la Cámara Apostólica la cual -en la figura del tesorero general que autorizaba la mayor parte de las actuaciones de los diferentes secretarios- tenía la responsabilidad de coordinar las diferentes estructuras administrativas y -mediante el depositario general- de controlar y gestionar el movimiento financiero y de caja.
La gestión del “monte”, que tenía su sede administrativa en Roma, se efectuaba a través de cuatro oficinas: la secretaría del monte (segreteria), la contaduría del monte (computisteria del monte), unida en 1732 a la contaduría general (computistería generale) y la depositaría (depositeria).
La secretaría llevaba a cabo desde siempre la efectiva administración y en su vértice se situaba un administrador.
La contaduría del monte era la oficina en la que se llevaba la contabilidad: efectivamente, entre sus varias funciones la principal era la de redactar la lista completa y actualizada de los suscriptores que se pasaba al depositario, con la indicación de los títulos que pertenecían a cada acreedor y haciendo también útiles listas alfabéticas.
La contaduría general regulaba todos los gastos del estado y sobre la base de los datos que le proporcionaba la contaduría del monte, reagrupaba las partidas de cada uno de los “montes”. Mediante el motu proprio de 16 de enero de 1732, Clemente XII Corsini unió la contaduría general con la de los montes. La contaduría general fue objeto de reformas que modificaron su estructura organizativa y administrativa. Entre ellas, la del papa Próspero Lambertini, Benedicto XIV, del año 1746, sancionada con la constitución Apostolicae Sedis Aerarius, que respondía a la exigencia de tener un mayor control contable a través también de la activación de un proceso de centralización común ya a todos los Estados europeos.
Las funciones principales de la depositaría consistían en pagar los intereses a los plazos prefijados y en la devolución de los títulos extractados: podría decirse que era la caja para los pagos.
* La posibilidad de negociar los “luoghi di monte”
La comercialización, el paso de los títulos de un poseedor a otro incidía en su precio, el cual variaba según la oferta y la demanda que hubiera en el mercado secundario. Éstas no eran insensibles, obviamente, a la naturaleza y a los derechos que llevaban incorporados los títulos. La financiación de los gastos por causas contingentes como guerras, carestías, obras públicas se efectuaba cada vez más a través de la creación de deuda pública.
La emisión de los “luoghi” la gestionaba la Cámara Apostólica, otras veces la emisión total de títulos de un “monte” –sobre todo en el siglo XVI y en el XVIII- la adquiría un financiero, a menudo de nacionalidad extranjera, como sucedió en el caso de los mercaderes florentinos Marcantonio Ubaldini y compañía que compraron el Monte Sisto vacante; aún más, sobre todo en el siglo XVIII, eran el Monte de Piedad y el Banco de Santo Spirito quienes se ocupaban de la cesión de los títulos. Si en un principio, la institución del sistema de los “montes” pudo ser considerada como una operación extraordinaria para encontrar capitales de modo inmediato, a largo plazo representó casi un ingreso ordinario por expresa voluntad política de los pontífices.
La emisión de títulos de deuda fue muy notable a lo largo de los siglos XVI y XVII; en cuanto al siglo XVIII, experimentó una leve caída en la primera mitad, para después crecer nuevamente a finales. De hecho, Pío VI (1775-1799) acudió repetidamente a este recurso de la deuda pública para realizar sus proyectos reformistas dirigidos a impulsar la economía pontificia; la curva ascendente de la deuda se interrumpió con la llegada de la República jacobina en 1798.
El gran éxito obtenido por este servicio financiero en el Estado de la Iglesia, a pesar de los gravámenes, se debía al hecho de que se diferenciaba de los anteriores sistemas ligados a la coerción de los contribuyentes y a la relación con los banqueros, al insertarse en el mercado financiero en directa competencia con otras formas de empleo del dinero. Era una manera de dirigirse directamente al mercado de los capitales donde imperaba el dominio de los préstamos entre particulares. Además la renta financiera estaba revestida de una importancia social en cuanto que los capitales obtenidos con las suscripciones y utilizados a menudo en asistencia, directa o indirecta, y en obras públicas se diseminaba por los recovecos del tejido urbano y representaba una inversión política encaminada a mantener la seguridad de la sociedad.
Por parte de los órganos de gobierno se incidía en el aspecto de las garantías de los “montes”, o de la dote, para infundir confianza en los inversores: se hacía todo lo posible para que fuese segura para el suscriptor la posibilidad de cobrar con regularidad los intereses y de obtener la devolución del capital.
Precisamente porque la retribución regular de los intereses sobre los títulos suscritos se consideraba algo necesario para que la Cámara Apostólica mantuviese una buena imagen de seguridad y estabilidad, al pago de los intereses se destinaban los “ingresos ciertos” o ingresos de naturaleza fiscal y patrimonial. La regularidad de los pagos era fundamental para infundir seguridad y permitir a los órganos de gobierno contar en cualquier momento con un número abundante de operadores dispuestos a suscribir títulos públicos. Si lo comparamos con Europa, un ejemplo cercano al romano es el holandés; la intervención de la Banca de Amsterdam había atraído fondos exteriores, dado estabilidad a las operaciones y proporcionado a los mismos mercaderes depósitos de segura fiabilidad. Particularmente en Holanda, la confianza en la honradez de la administración financiera fue sólida hasta los últimos años del siglo XVIII, cuando el secreto que rodeaba las finanzas públicas hizo sospechar que se escondían fenómenos de corrupción.
También la minuciosa reglamentación, respecto al ritual administrativo, era un testimonio concreto, un factor más de la tutela sobre los ahorradores.
Además del beneficio económico, al suscriptor se le garantizaban una serie de ventajas colaterales, sobre todo a través del mercado secundario, muy consolidado. Los títulos eran fácilmente negociables y esto aseguraba al suscriptor que si tenía necesidad de liquidez inmediata, podía deshacerse rápidamente de ellos. La misma Cámara Apostólica invitaba a los “montistas” a reinvertir los capitales obtenidos por títulos de otros “montes” y ella misma inducía a esta práctica suscribiendo títulos a su nombre mediante el tesorero general.
Cualquiera podía adquirir o poseer títulos: hombres de iglesia, órdenes religiosas, menores, mujeres, discapacitados o extranjeros. Por otro lado, los titulares de los “luoghi” estaban exentos del secuestro y de la confiscación de los títulos aunque hubieran delinquido, excepto en los delitos de lesa majestad o herejía. De este modo, la creciente demanda estatal de crédito era cubierta por préstamos de instituciones o particulares.
Muy amplia era la multitud de ahorradores de clase media que invertían modestos capitales en la adquisición de títulos o de partes de títulos (spezzatura) en los que éstos se dividían; por tanto, gran parte de la población podía convertirse en propietaria de deuda pública; numeroso era, de hecho, el ejército de pequeños ahorradores que percibían un interés en función de la porción del título que poseyeran.
En el estado actual de las investigaciones, la erección de montes se remonta a Clemente VII, elegido en el año 1523 y de origen florentino. El primer “monte” lo instauró en 1526 para ayudar al emperador Carlos V contra Solimán II, emperador de los turcos. De esta forma, el pontífice endeudó los dominios de la Santa Sede emitiendo al mercado 2.000 títulos de dicho “monte”. Siguiendo su ejemplo, Pablo IV (1555-1559) con el objetivo de ayudar al rey de Francia contra los heréticos hugonotes, erigió el Monte Pio, el Monte Soccorso primo, Soccorso secondo y el de Aviñón, con una emisión total de 10.000 títulos que equivalían a un millón de escudos de deuda. Estos montes se hicieron confluir, después de la reforma de Alejandro VII, en el Monte Recuperato o Ristorato.
En 1571, Pío V aumentó el número de títulos del Monte delle Fede, del Monte Novennale, erigió otros nuevos como el de las Leggi o el de Religione, equivalentes a dos millones de escudos, además de adoptar otras medidas de naturaleza financiera como consecuencia de su alianza con el rey de España y los venecianos quienes lucharon contra Selim II en la batalla de Lepanto.
También Sixto V (1585-1590) contribuyó a defender la “causa católica” ayudando a Felipe II contra Inglaterra para liberar a María Estuardo, prima católica de Isabel I. Con este propósito, se instituyó el Monte San Bonaventura por un total de 300.000 escudos y con 3.000 títulos.
Posteriormente, otros “montes” se crearon para expediciones militares, para construir fortificaciones, para las obras de los puertos de Ancona y Civitavecchia y de su arsenal; se conoce un Monte Difesa vacante instituido en 1663 y extinguido en 1664, así como otro llamado Difesa non vacante que estuvo vigente entre 1663 y 1685 o el Difesa vacante de nueva erección creado en 1708 por Clemente XI para afrontar gastos militares extraordinarios con ocasión de la Guerra de Sucesión. En total, el historiador Marchetti ha calculado que a la defensa de la causa católica se destinaron alrededor de 19.632.143 escudos entre 1542 y 1716, sobre todo gracias a la deuda pública.
El año 1526 nos representó un hito particularmente significativo pues la costumbre de recurrir al ahorro privado era antigua, bajo varias formas tanto a nivel central como periférico. La existencia misma de los “montes” generados por la venta a particulares de los títulos de la deuda es anterior a esa fecha. Es precisamente la documentación relativa a la financiación pública de las restauraciones de los puertos fortaleza la que nos permite situar con una mejor perspectiva histórica el suceso de 1526. En concreto, hablamos del texto de una bula de Nicolás V (el documento está fechado el 29 de julio de 1454) por la que el papa autorizaba y confirmaba una iniciativa que el grupo dirigente del consejo municipal de Ancona había ya deliberado. El papa estaba de acuerdo con la necesidad, sentida por la ciudad, de potenciar las estructuras mercantiles y defensivas del puerto de Ancona, el cual se encontraba en decadencia debido tanto a las incursiones de los piratas como a la ocupación turca del Mediterráneo oriental, agravada desde la caída de Constantinopla, acaecida un año antes. Este acontecimiento había interrumpido o dificultado el tráfico con Oriente y en este sentido, Ancona era uno de los puertos más afectados.
El papa, por tanto, aprobaba la iniciativa del consejo de la ciudad de recoger “unum montem publicum Magne quantitatis pecunie” y de asignar a la “goberrnationem” del monte algunos oficiales de la ciudad con el poder para ofrecer los títulos del “monte” al ahorro privado al mejor precio posible y con un interés anual del 5% sobre el valor nominal de los títulos vendidos. Ésta es seguramente una de las primeras ocasiones en la que se encuentra en un documento financiero del Estado de la Iglesia el término “monte” para indicar la recogida pública del ahorro privado, si bien el documento hace referencia a un “monte” aún más antiguo, pero no muy especificado, del que no se conocen más datos. El hecho de que se trate de una verdadera operación de creación de la deuda pública lo prueban también posteriores justificaciones que el papa confiere a la operación; concretamente, él observaba que quienes hubieran comprado títulos habrían obtenido un “lucrum”, es decir, un beneficio, ciertamente inferior al generado por la actividad mercantil pero habrían hecho un gran bien a la colectividad y habría sido posible proporcionar una renta anual a diferentes sujetos económicos considerados débiles. Naturalmente, el papa olvidaba añadir que en caso de caída de los niveles del beneficio mercantil, la deuda pública se hubiera convertido en la primera inversión refugio precisamente para las clases económicamente dominantes.
La aplicación de los reglamentos generales de la deuda pública pontificia a las intervenciones sobre las obras públicas gestionadas por las instituciones locales no presentaba especiales dificultades. Como ya sucedía en el terreno fiscal, también en este ámbito la institución local no era plenamente autónoma en sus decisiones, existía un dirigismo y control previo por parte de las autoridades centrales.
Las instituciones locales interesadas en la localización de capitales podían acudir a dos formas principales de captación: o se insertaban en un “monte” de la Cámara central beneficiándose de una parte alícuota de lo recogido, que se adjudicaba a su cargo en lo que respectaba al pago de los intereses; o pedían autorización para crear un propio y específico “monte” cuya gestión, desde la captación hasta la extinción, permanecía en sus manos, si bien bajo el control general de los organismos centrales. El significado económico último de similares operaciones era la utilización del rendimiento de algunos impuestos para el pago de los intereses y para la restitución, cuando fuese necesario, del capital. La utilización de dicho rendimiento debía autorizarla la autoridad financiera central pues podría tratarse de impuestos destinados a la Cámara Apostólica y, de todas formas, debía pasar por el filtro de las autoridades locales. La imposición que se utilizaba para estos fines podía ser antigua o crearse ex profeso.
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Dr. Donatella Strangio (Professoressa Associata di Storia Economica, Università degli Studi di Roma "La Sapienza"), Il Papa e la politica del debito pubblico in Età Moderna.
La Pragmática de Medina del Campo de 1497
El sistema monetario de la Castilla Moderna tiene su origen en la reforma llevada a cabo por los Reyes Católicos en 1497.
La moneda de oro utilizada en Castilla antes de la reforma recibía el nombre de dobla o castellano y derivaba del antiguo sistema monetario almohade. Por su parte, el florín del cuño de Aragón era la principal moneda de oro aragonesa. La pragmática de los Reyes Católicos, intentó sustituir las dos monedas citadas por el ducado, a semejanza de las monedas áureas que corrían en otros reinos europeos. A partir de 1497, los ducados en Castilla se acuñarían con un peso de 3,52 gramos, una talla de 65 1/3, una ley de 23 ¾ quilates o de 989, 6 milésimas y un valor de 375 mrs.
Como el ducado tendía a salir hacia el exterior, Carlos V en 1537, ordenó la acuñación del escudo o corona, cuyo peso se redujo a 3,38 gramos, su ley se rebajó a los 22 quilates, y su valor, se fijó en 350 mrs. Su valor nominal fue retocado varias veces hasta alcanzar los 676 maravedíes en 1686. La pieza con el valor de dos escudos se conoció como doblón.
La moneda base del sistema hasta el siglo XIX, pasó a ser el real, pieza nacida en tiempos de Pedro I (1350-1369). En dicho año de 1497, se le asignó un valor de 34 mrs, una talla de 67 piezas por marco y una ley de 11 dineros y 4 granos. Su peso era de 3,4 gramos y su diámetro estaba entre los 25 y 26 milímetros. Es de gran importancia que los reales no experimentaron ningún cambio de sus características y valor entre 1497 y 1686. Ese año tiene lugar la segunda gran reforma del numerario castellano realizada en tiempos de Carlos II, por la que de cada marco de plata se acuñarían 84 piezas, en vez de las 65 anteriores, conservando el valor de los 34 maravedíes.
La pragmática de Medina del Campo de 1497, establecía respecto a la moneda fraccionaria o blanca, pieza de origen medieval, que se acuñó con una ley de siete granos, una talla de 192 piezas por marco y que su valor fuese de medio maravedí.
Además de la blanca, en la Corona de Castilla, las piezas fraccionarias de valores más frecuentes eran las de ocho maravedíes o cuartillo, la de cuatro maravedíes o cuarto y la de dos maravedíes u ochavo.
Pero a partir de 1552, el contenido de plata de estas piezas no dejó de descender y este progresivo deterioro de la ley del vellón culmina en Castilla en 1602 cuando Felipe II (1598-1621) decreta la eliminación definitiva de la liga de plata en la fabricación de todos los tipos de moneda fraccionaria y reduce a la mitad su tamaño.
A lo largo de los siglos XVI y XVII, periodo en el que se asiste a la progresiva penetración del uso de la moneda en las distintas esferas económicas europeas, se puede constatar la evolución de los problemas monetarios que conoce Castilla, territorio inicialmente receptor de los metales preciosos americanos. A grandes rasgos y a modo de síntesis, podemos decir que si durante los reinados de Carlos V y de Felipe II la preocupación dominante es la fuga de las monedas de oro y plata por su elevado contenido de metal precioso, a partir del reinado de Felipe III, y muy esencialmente durante el reinado de Felipe IV, a este asunto se sumará la preocupación por los efectos de la acuñación masiva y por los cambios constantes de valor de la moneda de vellón o de la moneda fraccionaria, mediante el procedimiento del resello. Caos del sistema, al que se le puso freno de modo efectivo con las medidas aprobadas entre 1680 y 1684 por Carlos II.
La moneda de oro utilizada en Castilla antes de la reforma recibía el nombre de dobla o castellano y derivaba del antiguo sistema monetario almohade. Por su parte, el florín del cuño de Aragón era la principal moneda de oro aragonesa. La pragmática de los Reyes Católicos, intentó sustituir las dos monedas citadas por el ducado, a semejanza de las monedas áureas que corrían en otros reinos europeos. A partir de 1497, los ducados en Castilla se acuñarían con un peso de 3,52 gramos, una talla de 65 1/3, una ley de 23 ¾ quilates o de 989, 6 milésimas y un valor de 375 mrs.
Como el ducado tendía a salir hacia el exterior, Carlos V en 1537, ordenó la acuñación del escudo o corona, cuyo peso se redujo a 3,38 gramos, su ley se rebajó a los 22 quilates, y su valor, se fijó en 350 mrs. Su valor nominal fue retocado varias veces hasta alcanzar los 676 maravedíes en 1686. La pieza con el valor de dos escudos se conoció como doblón.
La moneda base del sistema hasta el siglo XIX, pasó a ser el real, pieza nacida en tiempos de Pedro I (1350-1369). En dicho año de 1497, se le asignó un valor de 34 mrs, una talla de 67 piezas por marco y una ley de 11 dineros y 4 granos. Su peso era de 3,4 gramos y su diámetro estaba entre los 25 y 26 milímetros. Es de gran importancia que los reales no experimentaron ningún cambio de sus características y valor entre 1497 y 1686. Ese año tiene lugar la segunda gran reforma del numerario castellano realizada en tiempos de Carlos II, por la que de cada marco de plata se acuñarían 84 piezas, en vez de las 65 anteriores, conservando el valor de los 34 maravedíes.
La pragmática de Medina del Campo de 1497, establecía respecto a la moneda fraccionaria o blanca, pieza de origen medieval, que se acuñó con una ley de siete granos, una talla de 192 piezas por marco y que su valor fuese de medio maravedí.
Además de la blanca, en la Corona de Castilla, las piezas fraccionarias de valores más frecuentes eran las de ocho maravedíes o cuartillo, la de cuatro maravedíes o cuarto y la de dos maravedíes u ochavo.
Pero a partir de 1552, el contenido de plata de estas piezas no dejó de descender y este progresivo deterioro de la ley del vellón culmina en Castilla en 1602 cuando Felipe II (1598-1621) decreta la eliminación definitiva de la liga de plata en la fabricación de todos los tipos de moneda fraccionaria y reduce a la mitad su tamaño.
A lo largo de los siglos XVI y XVII, periodo en el que se asiste a la progresiva penetración del uso de la moneda en las distintas esferas económicas europeas, se puede constatar la evolución de los problemas monetarios que conoce Castilla, territorio inicialmente receptor de los metales preciosos americanos. A grandes rasgos y a modo de síntesis, podemos decir que si durante los reinados de Carlos V y de Felipe II la preocupación dominante es la fuga de las monedas de oro y plata por su elevado contenido de metal precioso, a partir del reinado de Felipe III, y muy esencialmente durante el reinado de Felipe IV, a este asunto se sumará la preocupación por los efectos de la acuñación masiva y por los cambios constantes de valor de la moneda de vellón o de la moneda fraccionaria, mediante el procedimiento del resello. Caos del sistema, al que se le puso freno de modo efectivo con las medidas aprobadas entre 1680 y 1684 por Carlos II.
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Elena García Guerra y Donatella Strangio, Reformas monetarias y monedas supranacionales durante las edades moderna y contemporánea españolas: el euro entre identidad nacional y globalización. Working Paper nº 61, luglio 2009.
El mercado de la deuda pública en Nápoles en la Edad Española
La palabra fidelidad es clave cada vez que hablamos de la deuda pública, refiriéndonos a los privilegios estamentales, la ciudad y la Corona.
En 1563 la entrada de moneda en Nápoles era de dos millones doscientos mil ducados, sin embargo, la deuda era de cuatro millones cuatrocientos mil ducados, es decir, la deuda multiplicaba por dos a los ingresos. No obstante, en 1600 la entrada era de tres millones de ducados y, la deuda alcanzaba los ocho millones de ducados, todo esto refleja el incremento constante de la deuda pública en Nápoles, de una forma totalmente desproporcional respecto a la cantidad de ingresos.
La deuda pública en los siglos XVI y XVII, será el mejor instrumento político, donde estará la figura destacable del rey justiciero-idea medieval-distribuye la justicia contributiva según su lugar en la sociedad, surgiendo así grupos de intereses que generan la deuda pública.
La batalla de Garellano en 1503, sobre el territorio napolitano, otorgó la victoria al rey Fernando de Aragón, comenzando así una nueva etapa. Entre 1503 y 1529, la finanza pública napolitana será dirigida por los mercaderes aragoneses, muchos de ellos judíos, como es por ejemplo el caso de Pablo Tolosa. Durante esta época será muy importante el préstamo mercantil, momento en el que los mercaderes aragoneses llegarán a mantener acuerdos con las familias de banqueros napolitanos.
Entre 1530, hasta finales del reinado de Felipe II, podríamos concretar una segunda etapa. En 1529/1530 la situación cambia con la alianza genovesa con Carlos V. Tiene lugar un profundo cambio de las élites financieras, pues con el comienzo del virreinato de Nápoles de Pedro de Toledo (1532-1553), se produce la marginación de los grupos financieros locales.
La importante subida de la presión fiscal, no producirá motines porque hay un largo crecimiento hasta finales del siglo, momento en el que tiene lugar una crisis de trigo. Se produce un cambio coyuntural, a partir de 1580, se crea una comunidad de judíos conversos portugueses en Nápoles, que ponen en peligro la supremacía genovesa y, durante un cuarto de siglo se producirá una lucha constante en ambos bandos. Entre 1610 y 1616, los portugueses lograrán un poder superior al de los genoveses, pero en 1617, con la llegada del duque de Osuna, se producirá una persecución contra los portugueses que habían ayudado anteriormente al conde de Lemos.
A partir de 1620, los genoveses recuperan mucho poder financiero, hasta el embargo de los genoveses de 1654. En Nápoles se realiza la enorme difusión de la deuda pública entre las altas clases sociales, se crea así, un mercado de deuda pública. De este modo, la deuda pública en el siglo XVII estará dividida en: un tercio en impuestos sobre comunidades, un tercio en aduanas de ganados, y por último, un tercio en arrendamientos. Quien invierte en la deuda pública napolitana son principalemte la pequeña nobleza y el patriciado urbano, estos últimos abarcan un 28% del mercado.
Por último, destacar entre 1600 y 1630, la figura de Carlos Tapia (napolitano, hijo de aragoneses), que nace en 1565, y en 1612 es enviado como regente al Consejo de Italia, a partir de 1624 ayudará directamente al rey. Realizará un estudio municipal (1627) sobre censos, entradas vendidas, jurisdicciones…a lo que las élites urbanas y los ayuntamientos reaccionaran mal, enviando procuradores.
En 1563 la entrada de moneda en Nápoles era de dos millones doscientos mil ducados, sin embargo, la deuda era de cuatro millones cuatrocientos mil ducados, es decir, la deuda multiplicaba por dos a los ingresos. No obstante, en 1600 la entrada era de tres millones de ducados y, la deuda alcanzaba los ocho millones de ducados, todo esto refleja el incremento constante de la deuda pública en Nápoles, de una forma totalmente desproporcional respecto a la cantidad de ingresos.
La deuda pública en los siglos XVI y XVII, será el mejor instrumento político, donde estará la figura destacable del rey justiciero-idea medieval-distribuye la justicia contributiva según su lugar en la sociedad, surgiendo así grupos de intereses que generan la deuda pública.
La batalla de Garellano en 1503, sobre el territorio napolitano, otorgó la victoria al rey Fernando de Aragón, comenzando así una nueva etapa. Entre 1503 y 1529, la finanza pública napolitana será dirigida por los mercaderes aragoneses, muchos de ellos judíos, como es por ejemplo el caso de Pablo Tolosa. Durante esta época será muy importante el préstamo mercantil, momento en el que los mercaderes aragoneses llegarán a mantener acuerdos con las familias de banqueros napolitanos.
Entre 1530, hasta finales del reinado de Felipe II, podríamos concretar una segunda etapa. En 1529/1530 la situación cambia con la alianza genovesa con Carlos V. Tiene lugar un profundo cambio de las élites financieras, pues con el comienzo del virreinato de Nápoles de Pedro de Toledo (1532-1553), se produce la marginación de los grupos financieros locales.
La importante subida de la presión fiscal, no producirá motines porque hay un largo crecimiento hasta finales del siglo, momento en el que tiene lugar una crisis de trigo. Se produce un cambio coyuntural, a partir de 1580, se crea una comunidad de judíos conversos portugueses en Nápoles, que ponen en peligro la supremacía genovesa y, durante un cuarto de siglo se producirá una lucha constante en ambos bandos. Entre 1610 y 1616, los portugueses lograrán un poder superior al de los genoveses, pero en 1617, con la llegada del duque de Osuna, se producirá una persecución contra los portugueses que habían ayudado anteriormente al conde de Lemos.
A partir de 1620, los genoveses recuperan mucho poder financiero, hasta el embargo de los genoveses de 1654. En Nápoles se realiza la enorme difusión de la deuda pública entre las altas clases sociales, se crea así, un mercado de deuda pública. De este modo, la deuda pública en el siglo XVII estará dividida en: un tercio en impuestos sobre comunidades, un tercio en aduanas de ganados, y por último, un tercio en arrendamientos. Quien invierte en la deuda pública napolitana son principalemte la pequeña nobleza y el patriciado urbano, estos últimos abarcan un 28% del mercado.
Por último, destacar entre 1600 y 1630, la figura de Carlos Tapia (napolitano, hijo de aragoneses), que nace en 1565, y en 1612 es enviado como regente al Consejo de Italia, a partir de 1624 ayudará directamente al rey. Realizará un estudio municipal (1627) sobre censos, entradas vendidas, jurisdicciones…a lo que las élites urbanas y los ayuntamientos reaccionaran mal, enviando procuradores.
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Dr. Gaetano Sabatini (Professore Ordinario di Storia Economica, Università degli Studi di Roma Tre) , El mercado de la deuda pública en Nápoles en la Edad Española.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Memoria de grupo (2,3 y 4 de noviembre)
Después de aproximadamente un mes de clase nos encontrábamos en un momento cuanto menos importante, pues era en esta semana cuando dividiríamos el trabajo en las partes pertinentes a desarrollar cada uno. Sin embargo, no habríamos de hacerlo hasta el miércoles, por lo que esta reunión de grupo debería dar las últimas pinceladas de nuestras intenciones.
Durante este semana Martín había resumido uno de los capítulos de “Felipe II y sus banqueros”, de Felipe Ruíz Martín, obra en la que ya llevaba un tiempo inmerso. Por otro lado, Sandra se introdujo en “La economía de la España Moderna”, dirigida por Alfredo Alvar, y especialmente en uno de sus capítulos “Banca y crédito en España en los siglos XVI y XVII” redactado por Elena García Guerra. Por su parte, Luca había sido el observador la anterior semana. Sin embargo, continuó haciendo lecturas de material sacado de la red. Por mi parte, y a recomendación de David, me sumergí en uno de los capítulos del manual de economía y sociedad de Alberto Marcos Martín: “Crédito y Banca: el crédito del Estado”, que me aclaró muchas dudas acerca de ciertos conceptos, pero me sugirió otras tantas acerca de ciertos procesos.
Por otro lado, el jueves y viernes Martín y yo acudimos a un seminario acerca de la deuda pública y el crédito en Castilla y los estados italianos en los siglos XVI y XVII del que no tardaremos en colgar el resumen de alguna conferencia que pueda venir bien (especialmente para nosotros y el grupo de “Hacienda”).
El miércoles finalmente tuvimos la reunión con David acerca de la división del trabajo entre los cuatro componentes. Laparcelación no fue complicada, pues contábamos con la posibilidad de fraccionarlo en nacionalidades: una parte fue dedicada a historiografía (Pablo), y las otras tres a banqueros castellanos (Martín), alemanes (Sandra) y genoveses (Luca). También se meditó la posibilidad incorporar un pequeño apéndice con una serie de conceptos que puedan permitir facilitar la comprensión de la exposición a los demás compañeros.
Una vez repartido el trabajo, es el momento de ponerse manos a la obra, ya individualmente, con las obras que hemos estado seleccionando todos estos días, y a rejuntar ánimos para comenzar esta nueva etapa.
martes, 3 de noviembre de 2009
Mercantilismo
Una pequeña reseña acerca del mercantilismo
Aprovechando que vamos a comenzar a adentrarnos algo más en el tema del mercantilismo, añado aquí el resumen de un pequeño extracto, que hace bastante ahínco en temas que hemos estado viendo estos dos días en clase, y que por tanto, creo que nos vendrá bien echarle un ojeada (es sólo un extracto, y resumido, pues también, parte del mismo lo dedicaba a temas de historiografía, por lo que solo introduje lo meramente descriptivo.
Las valoraciones más extendidas hacen hincapié en el mercantilismo considerado como un sistema de construcción del poder y del Estado o como sistema de privilegio estatal diseñado para restringir las importaciones y subsidiar las exportaciones. Otros, en cambio, enfatizan la faceta política del sistema y consideran el mercantilismo como la dimensión económica del absolutismo estatal (en relación, claro está, con el desarrollo del Estado Moderno), sustentando en la expansión del gasto, elevada presión fiscal, inflación, déficit financiero, etc. En síntesis, un sistema que se asimilaría al nacionalismo económico.
La idea de ligar el mercantilismo a la expresión económica del nacionalismo naciente ha sido muy tenida en cuenta y repetida. Hay escritos que dan pie a considerar el mercantilismo como el inicio de la economía política, como un factor de centralización política y económica en beneficio de las Monarquías europeas, estimulando el sentimiento de “unidad nacional”. Otros argumentos enfatizan el papel que, para alcanzar la riqueza esos incipientes Estados nacionales, ha de jugar el disponer de una balanza comercial neta positiva al restringir las importaciones e incentivar las exportaciones con el fin de acumular las reservas metálicas monetarias que, de ese modo, se convertriían sin más, en expresión de riqueza misma.
El interés de los mercantilistas radicó en la política, tratando en sus escritos más de política económica que de economía política, de ahí que considerar el mercantilismo como “sistema económico” resulte inadecuado. En cuanto a doctrina, acoge un conjunto de ideas, de pensamientos, que no llegan a formar un sistema cohesionado propiamente dicho, y al estudiar, se procede a analizar casos particulares o nacionales. Políticas, además, que no fueron estáticas, sino cambiantes, por cuanto el mercantilismo, al tiempo que un cuerpo doctrinal, es un proceso histórico, y pocos ejemplos son tan representativos de esa realidad como el español.
El mercantilismo, como expresión de una política interior, de nación-Estado, sin embargo, no se limita a la intervención y regulación de ciertos sectores sobre la economía con directa implicación en el sector público, sino que requiere para llevarlas adelante la participación activa de agentes privados a los que incorpora en un proyecto común a través de monopolios legales en forma de privilegios, de manera que el mercantilismo también puede contemplarse como una alianza de poder entre Monarquía y un selecto y minoritario grupo de capitalistas-comerciantes. Estas patentes de monopolio venidas u otorgadas por el Estado a grupos de mercaderes dispuestos a coadyuntar a los fines económicos de la Monarquía, en la recaudación de impuestos, financiación de guerra, o en la acumulación del tesoro en cuanto incremento de las reservas metálicas, constituían el meollo del sistema de privilegio monopolista estatal.
Las revisiones y los nuevos enfoques que del mercantilismo se vienen haciendo por los estudiosos de la historia del pensamiento económico nos proporciona otros elementos de reflexión, poco tenidos en cuenta, para abordar desde renovados supuestos teóricos el significado del mercantilismo español, no contemplado en los manuales al uso salvo mínimas menciones. Así, pone de relieve el hecho de incorporar el siglo XVI a la época mercantilista, aspecto importante, pues presupone no considerar los escritos españoles de contenido político económico en dicha centuria bajo el prisma exclusivo de textos tardíos del escolasticismo; por otro lado, al asignar al Estado un papel económico decisivo en la teoría y práctica mercantilistas habría que clarificar cómo éste, y a través de qué medios, pudo llevar a cabo sus actuaciones. Pero siempre se citan repetidamente los casos de Inglaterra, Francia y Holanda, con las actas de navegación inglesas, los talleres y manufacturas de Colbert, o las compañías holandesas para las Indias Orientales y Occidentales de los holandeses, sin apenas citar el caso español. Así, el autor destaca el hecho que si el mercantilismo fue un vasto sistema de construcción estatal próximo a lo que suele llamarse capitalismo monopolista de Estado, qué ejemplo, al menos en teoría, se puede acercar más que el monopolio de explotación y comercio de Castilla con sus Indias y, tras la anexión de las Filipinas, con la economía mundo en un primer ensayo de globalización económica.[1]
[1]Bernal, Antonio Miguel: España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio. Ambos Mundos. Madrid, 2007. Pp. 166-189. Dentro del libro también se pueden encontrar referencias a temas fiscales (“la singularidad fiscal del Imperio español”; “Castilla, fábrica de monedas del mundo”, y demás reseñas que quizá puedan venir bien para el grupo de fiscalidad (ciertamente, esta obra ganó el premio nacional de Historia en el año 2006). Se encuentra en la Biblioteca de la facultad,
lunes, 2 de noviembre de 2009
Memoria de grupo, 26/10-02/11
En la ultima reunion del grupo, hemos decidido de seguir en nuestro iter de investigacion, buscando informaciones generales en textos de historia de los hechos economicos en la Edad Moderna y en las relaciones economicas entre los reinos de Carlo V y Felipe II y los banqueros europeos.
Sandra y yo seguimos leyendo manuales generales, para que el grupo tenga informaciones de caracter generale utiles para entender articulos y textos particulares sobre economia, deuda y fiscalidad en el siglo XVI.
Martin se encargò de estudiar el texto “El siglo de los Genoveses”, de Felipe Ruiz Martin, y tambien ha buscado conceptos generales en las obras de Alfredo Alvar Ezquerra.
Pablo sigue investigando sobre la bibliografia de la semana pasada, con el fin de añadir informaciones de caracter historico general a informaciones particulares sobre la deuda en Castilla en el siglo XVI.
Sandra y yo seguimos leyendo manuales generales, para que el grupo tenga informaciones de caracter generale utiles para entender articulos y textos particulares sobre economia, deuda y fiscalidad en el siglo XVI.
Martin se encargò de estudiar el texto “El siglo de los Genoveses”, de Felipe Ruiz Martin, y tambien ha buscado conceptos generales en las obras de Alfredo Alvar Ezquerra.
Pablo sigue investigando sobre la bibliografia de la semana pasada, con el fin de añadir informaciones de caracter historico general a informaciones particulares sobre la deuda en Castilla en el siglo XVI.
Economia, fe y razon de Estado: Santo Tomàs de Aquino y Nicolas de Oresme
Como hemos visto la semana pasada, Tomàs cambiò el punto de vista de la Iglesia sobre la propriedad privada, permitendo un nuevo impulso a la economia (aunque San Agustìn, entre los siglos IV y V, cuestionò sobre la importancia de la propriedad privada).[1] En su obra, Summa Theologia, reflexiona sobre aspectos economicos de grande importancia, como por ejemplo el fraude cometido en las operaciones de compraventa desde un punto de vista moral y teologico.
Santo Tomas de Aquino, filosofo y doctor de la Iglesia Catolica, fue uno de los primeros pensadores de hechos economicos, ejercendo muchas influenzas sobre auctores posteriores. La vision del mundo del santo de Aquino era, claramente, basada sobre la teologia y la religion; la razon natural era subordinada a la fe en Dios, que es el fin ultimo de los hombres[2]. Esta base teologica va a influenzar su pensamiento economico, pero no siempre en manera muy radical.
En su pensamiento hay tres grandes temas de natura economica, que son:
1. Gremios
2. Precio justo
3. Usura
Sobre el primero, observa que el monopolio que practican los gremios causa una subida de los precios, por el control de produccion y comercializacion de los productos. A partir de aquì, Tomàs elabora su teoria sobre el “precio justo”, pero sin establecer una teoria final porquè no nos dice como fijar este precio, que sin embargo tiene que ser razonable. Puesto que “justo” es un termino moral y no economico, Tomàs va a decir que el precio justo es lo que sopesa los elementos del trabajo como el salario del trabajador y los costes de produccion; asì vemos que el precio no està definido por mano de Dios: està relacionado a hechos economicos muy concretos, aunque “justo” en Tomàs es un termino moral. Se puede entender como esa teoria va a influenzar pensadores y auctores liberales. La raiz moral de esta teoria està en que por el santo italiano un precio superior al justo era pecaminoso, concepto ajeno a los pensadores economicos posteriores.
El tercer tema es sobre la usura y el prestamo en general, visto da Tomàs (y da la Iglesia tambien) como dos cosas delictuosas, asì como los cambios de moneda, que muchas veces incluyeron una prestacion de prestamo. Tomàs de Aquino no admitia, como Aristoteles (pecunia non parit pecuniam), que el dinero podria generar otro dinero, que es decir que no se puede pagar interes de un prestamo porquè el interes tiene sus bases primariamente en el concepto de tiempo: segun Tomàs el tiempo no es propriedad privada, pertenece a todas las personas sin diferencias. Y tambien el dinero es steril, no produce nada; solo el esfuerzo y el trabajo de un hombre pueden producir algo[3]. El dinero es solo un papel o un objeto de oro o plata, nada mas.
El pensamiento de Santo Tomas ha tenido una gran influencia sobre los auctores cristianos de los siglos posteriores y encontramos sus teorias en la Escuela de Salamanca, en la que muchos pensadores escribieron de hechos economicos bajo las teorias tomisticas, salvo por la teoria de la usura, del prestamo y del interes, que fueron desarrollados en maneras diferentes; algunos auctores llegaron a admitir como hecho no pecaminoso el prestamo a interes, como por ejemplo Sant’Antonino da Firenze.
Un otro pensador fundamental por los estudios economicos fue Nicolas de Oresme, obispo de Lisieux y consejero del monarca Carlo V de Francia. El reflexiona sobre la cuestion monedaria y el comercio, llegando a ser el primer monedarista de la historia del pensamiento de los hechos economicos.
Todo esto pensamiento està vinculado a la figura del rey, porquè, segun el, el monarca tiene que encrementar su poder y la sola manera para hacerlo es de haber vasallos ricos, segun una idea mercantilista; para este fin, el gobernante debe poner leyes para favorecer el comercio, sin oponerse a esto. Segun Nicolas al aumento del poder comercial y economico de los vasallos coincide el aumento del poder politico del jefe del Estado.
Esto no es el solo econcargo del soberano. En efecto, el rey tiene un papel activo en la gestion monedaria del Estado, es responsabilidad del gobernante determinar peso, valor y pureza de la moneda. Nicolas decia esto porquè en una singula moneda hay dos valores diferentes: uno intrinseco (dado por el material y por el peso) y uno nominal (valor que se asignaba a la moneda); una funcion fundamental para la economia del Estado era la de fijar el valor nominal y esto era encargo del rey solo. Por esto el gobernante tenia un papel activo y muy importante en la vida economica del reino.
Al fin tenemos que decir que en aquella epoca (Guerra de los Cien Años), el poder de los reyes de Francia era debil y en un continuo estado de guerra. Por esta razon todo el pensamiento de Nicolas de Oresme estaba vinculado a encrementar el poder del soberano frances.
Al final, espero que disculpen mi español tan imperfecto, sobre todo por los acentos. Nunca los he estudiado y mi ordenador tiene solo los de la lengua italiana.
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[1] Victoriano Martin Martin, El liberalismo economico. La genesis de las ideas liberales desde San Agustin hasta Adam Smith. Editorial Sintesis, 2002, p. 70
[2] Nicola Abbagnano, Historia de la filosofia. Hora, 2007, p. 457
[3] Alejandro A. Chaufen, Cristiani per la libertà. Radici cattoliche dell’economia di mercato (titulo original Christians for freedom. Late-Scholastic Economics). Liberlibri, 2007, pp. 141-150
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